sábado, 20 de febrero de 2010

Protesta, represión, memoria y medios de comunicación: las narrativas sobre los asesinatos de Kostecki y Santillán.

Por Andrea Lobos y Mariana Malagón.

Este texto fue presentado en las 3ras. Jornadas de Jóvenes Investigadores del Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires en septiembre de 2005.

El sistema no castiga a sus hombres: los premia. No encarcela a sus verdugos: los mantiene.
(Rodolfo Walsh, ¿Quién mató a Rosendo?)


Introducción

Nada más difícil que analizar aquellos fenómenos sociales que están sucediendo aquí y ahora. La falta de distancia alguna veces, de herramientas conceptuales otras, impiden elaborar interpretaciones que nos hagan sentir seguros, si es que existe esa posibilidad en las Ciencias Sociales. Por el contrario sólo tenemos dudas y los conceptos básicos que solemos utilizar de pronto se convierten en problemas (Williams:1997).
Esta es la sensación que se tiene cuando nos encontramos con los movimientos piqueteros surgidos en los últimos quince años, que con su presencia lograron despertar a una sociedad que dormía el sueño liberal, donde era posible comprar todo a plazos, desde un televisor, un auto, una casa hasta dar la vuelta al mundo.
Pero mientras algunos vivían este sueño, había fábricas que cerraban, empresas estatales que se privatizaban y dejaban en la calle a miles de personas. Precarización, flexibilización, retiro voluntario, eran las nuevas palabras que servían para describir el campo del trabajo. Mientras tanto vivíamos la inacción de un Estado que había decidido jugar otro juego al retirarse de los campos donde durante años (a pesar de las crisis políticas, económicas y sociales) había actuado para bien o para mal.
A fines de los noventa el sueño se desvanecía entre el ruido de los piquetes primero, los cacerolazos después. Piquetes organizados en las rutas, piquetes que cortan los puentes de acceso a la Ciudad de Buenos Aires, acampes en la Plaza de Mayo o en otros lugares de la ciudad, se constituyeron en los “nuevos modos” de reclamar trabajo, justicia, o expresar la disconformidad con las políticas del gobierno.
Sin embargo para los medios de comunicación los “piquetes” aparecen como la irrupción de algo anómalo dentro lo “normal”, un crimen moral, una acción intolerable que perturba a la naturaleza (Barthes: 1999). Así los años de “estabilidad” económica finalizaron, y apareció la crisis social y económica descontextualizada de lo histórico, los conflictos que ponían en escena los “piqueteros”, eran irrupciones, hechos calificados por los medios como “violentos”. Y en el medio está el “usuario”, que no puede circular libremente por las calles de la ciudad.
Entonces lo que nos interesa es observar que narrativas se construyen desde los medios de comunicación, en este caso los diarios, y que narrativas se ponen en juego para los protagonistas de los “piquetes”.
La representación que realizan los diarios de los piquetes está descontextualizada, la desconectan de la historia y relegan a un segundo plano el motivo de los reclamos ( Denny: 1998).
Los “piqueteros” consideran a los piquetes como un método que les permite expresar sus reclamos de trabajo y justicia, reclamos que inscriptos en una serie mucho mayor, en otras historias de reclamos. Son estás historias las que permiten comprender un poco por qué los piqueteros ahora y no antes. Estás historias son las que quedan afuera de las crónicas y las noticias.


Nuestro objetivo es indagar en aquellos aspectos que se vinculan con la trama narrativa que presentan los relatos de los protagonistas de estos movimientos y compararlas con las narrativas que presentan los medios de comunicación, en este caso los diarios.
Coincidiendo con Ricoeur (1984) “la narrativa es uno de los esquemas cognoscitivos más importantes con que cuentan los seres humanos, dado que permite la comprensión del mundo que nos rodea de manera tal que las acciones humanas se entrelazan de acuerdo a su efecto en la consecución de metas y deseos”.
¿Por qué nos interesa comprender las tramas narrativas? Partimos de la idea según la cual los hechos que los medios construyen como acontecimientos no siempre coinciden con el registro que realizan los sectores piqueteros de su propia experiencia (Ferro-Rodríguez, 2003). Nuestra hipótesis es que en la construcción del acontecimiento que realizan los medios de la marcha piquetera quedan desplazadas las motivaciones que reivindican necesidades sociales, económicas y políticas que impulsan dicha protesta y adquieren relevancia la “violencia” de la “metodología” piquetera. (cortes de ruta, toma de boleterías, acampes). En otras palabras reducen la protesta social a delitos. Para los piqueteros, en cambio, el acto resulta esencial no sólo para recordar a sus “muertos” sino también para reafirmar su condición de sujetos sociales que pelean por sus derechos.
El acontecimiento que elegimos para comparar las diferentes narrativas es el 26 de junio del 2004, ese día se cumplían dos años de la muerte de Darío Santillán y Maximiliano Kostecki, dos integrantes de la agrupación Aníbal Verón, asesinados por la policía bonaerense durante la marcha que tenía como objetivo cortar el Puente Pueyrredón. Está fecha se presenta en los medios sólo como el aniversario en el que los piqueteros recuerdan la muerte de dos de sus integrantes, en cambio, para los piqueteros este hecho es registrado como un evento de ruptura con todo lo vivido hasta ese momento. Hay un antes y un después del 26 de junio .


El corpus está compuesto por las crónicas y notas que los diarios Clarín, La Nación, Página 12, Crónica y Diario Popular realizaron para dar cuenta del corte del Puente Pueyrredón que se realizó el 26 de junio del 2004 y por entrevistas realizadas a integrantes de diferentes agrupaciones piqueteras. El período comprendido es el que transcurre entre los días 26 y 27de junio del 2004. Es preciso señalar una particularidad: el 25 de junio asesinaron a Martín Cisneros , este hecho aparece asociado en la construcción de la noticia a las marchas piqueteras, haciendo especial énfasis en la “violencia”.


26 de junio: una crónica

El 26 de junio de 2002 Julián estaba llegando a la estación Avellaneda cuando escuchó disparos, vio personas que corrían desesperadas y se acercó a la estación. Con sus compañeros deciden caminar por la Avenida Mitre. Pero ven personas que corren y ellos también comienzan a correr. Quieren volver a la estación. La policía rodea el lugar, no pueden regresar. Julián y sus amigos se separan.
Julián piensa que están reprimiendo con balas de gomas. Sigue corriendo por Mitre hacia Gerli y encuentra a un joven sentado en el cordón de la vereda que se queja de dolor en la pierna. Julián nunca fue solidario pero ese día se detiene. Le pregunta qué le pasa. Julián le dice que quizás le pegaron con una bala de goma. Cuando el muchacho se saca el borceguí sale un chorro de sangre y entonces Julián se da cuenta de que están reprimiendo con balas de plomo.
En ese mismo momento, TN, un canal de cable de televisión, anuncia que hay dos piqueteros muertos a balazos, como consecuencia de los enfrentamientos entre la policía y grupos radicalizados de piqueteros.
Para los medios de comunicación, el 26 de junio de 2002 es el día que Maxilimiliano Kostecki y Darío Santillán, dos jóvenes piqueteros de la MTD Anibal Verón son asesinados por la policía. Para Julián, el 26 de junio de 2002 es el día de “la masacre de Puente Pueyrredón”.

Imágenes veladas

El jueves 27, los diarios construyen el relato de lo sucedido. Según Clarín:
Grupos de manifestantes intentaron cortar el Puente Pueyrredón, en Avellaneda. La Policía bonaerense los reprimió. Dos jóvenes murieron baleados y todavía no se sabe quién los mató.
Recién el viernes 28, los medios de comunicación dicen que fueron hombres de la policía los que asesinaron los dos jóvenes. Según Martini (2002) desde el 26 a las 14.30 en las redacciones de los diarios se sabía de la fotografía que mostraba al comisario Francchioti apuntando con su Itaka a Darío Santillán que yace en el suelo.
¿Por qué los medios de comunicación tardaron dos días en contar lo sucedido? ¿Por qué los medios ocultaron que fue la policía la responsable de los asesinatos?
Una posible respuesta podemos encontrarla en la lógica de la “represión” que atraviesa la historia argentina. Entendemos el término represión en el sentido psicoanalítico. La represión es un mecanismo de defensa: se trata de apartar u ocultar ideas, hechos, imágenes que resultan intolerables a la conciencia. Lo que se reprime, en este caso, es el abuso policial. Es intolerable porque es el regreso de imágenes de un pasado no resuelto institucionalmente: los responsables de los crímenes cometidos durante la dictadura militar de 1976 fueron juzgados pero luego fueron beneficiados por las leyes de obediencia debida y punto final.
Junto con las imágenes del bombardeo a Plaza de Mayo en junio de 1955, la foto de Franchotti disparando a Darío Santillán aparecen como los testimonios visuales de la represión institucional. El ocultamiento de estas imágenes podría interpretarse como la negación a aceptar que en la Argentina este tipo de crímenes pueden ser posibles.
Los medios dudaron en publicar las imágenes porque éstas constituían una prueba para responsabilizar a la policía bonaerense.
Dentro de la lógica de la rutina periodística los medios difícilmente denuncien directa o indirectamente a las instituciones poderosas, como ya explicamos en las hipótesis generales.
Cuando uno de los matutinos publica la foto, los demás medios se ven obligados a mostrar las imágenes. Podemos pensar que este ocultamiento se inscribe en la serie de hechos represivos que se vivieron en la Argentina. Al mostrar lo “inmostrable” se provoca la apertura de un espacio y entonces los demás medios se animan a publicar la foto.



Acción beligerante

Coincidiendo con Jelín (2002) podemos pensar que para elaborar el trauma, es preciso revivirlo, pero no para repetirlo o actuarlo, sino para interpretarlo, tomar distancia y convertirlo en un recuerdo, en parte de la memoria del pasado. Esta elaboración puede dar lugar a la constitución de agentes éticos y políticos que pueden actuar sobre el presente.
En este caso estamos ante dos imágenes: la imagen de Darío Santillán muerto en la estación Avellaneda y la imagen de las muertes producidas durante la dictadura militar. Una imagen remite a otra imagen. No se ve sólo a Santillán, también se ve a la dictadura militar. El pasado se vuelve presente:

Así como estamos todos los 26 en el puente, estamos todos los 24 de marzo en la plaza como movimiento, recordando a los 30. 000 compañeros desaparecidos que nosotros lo entendemos como compañeros porque creemos que esta lucha es la continuidad de la que ellos empezaron. Nosotros estamos luchando y exigiendo un cambio, de otra forma, con los elementos que tenemos a mano. Pero es exactamente lo mismo. (Julian, 25 años, militante de la MTD Aníbal Verón).

El 26 de junio de 2002 las agrupaciones piqueteras cortaban el Puente Pueyrredón para reclamar planes asistenciales para enfrentar a la desocupación y también para pedir cambios en la política económica. Comparando estos reclamos y la forma en que se realizan podemos comprender como se modificó la situación para las clases populares en Argentina a través del relato de un desocupado, Juan, de 62 años que pertenece al Movimiento Teresa Rodríguez:

“La primera vez que yo participe de un piquete tenía seis años, y participé con mi padrino que era anarquista, en un piquete. En ese momento los piquetes era un grupo de compañeros trabajadores que no permitía que otros compañeros trabajadores que querían romper la huelga ingresaran al lugar (Juan, 62 años, Movimiento Teresa Rodríguez)

Podemos pensar en las protestas piqueteras como una continuidad en otra coyuntura histórica de las protestas de los trabajadores. Como explica, Jelin (2002:24):

“(…) el núcleo de cualquier identidad individual o grupal está ligado a un sentido de permanencia (de ser uno mismo, de mismidad) a lo largo del tiempo y del espacio. Poder recordar y rememorar algo del pasado es lo que sostiene la identidad”.

Hay una continuidad y una ruptura en la identidad de los sectores populares politizados: si bien conservan un registro sobre la igualdad y la justicia social semejante a la del pasado, aquellos trabajadores asalariados hoy son “trabajadores desocupados”. En los testimonios de los informantes piqueteros suelen aparecer las palabras: “igualdad”, “justicia social”, “pueblo”, “dignidad”

“… si se dice piquetero es tratar de pelear, o la igualdad de la gente, si eso es ser piquetero, soy piquetero. Si no, no. Nosotros partidariamente, siempre que hicimos un corte, lo hicimos por alguna causa que consideramos que es justa: la alimentación, más planes” (Mario, 31 años, Federación de Tierra y Vivienda, FTV).

“Yo te digo: yo fui peronista. Porque me gustaba Eva, por la gran mujer. Algo que nosotros no dejamos de pregonar por todos los vientos. Y así, en la forma que amamos a Eva, amamos al Che. Son la ideología que tengo. Pero después que fui viviendo las cosas que pasamos en el peronismo. Pero después que murió Eva, Perón ya no fue tan Perón… como decía Eva, defender al pueblo, al pobre, de la justicia social. Ahora hay una injusticia social” (Rosa, 57 años, Barrios de Pie).

Los informantes muestran lo que podríamos llamar una “precaria identidad piquetera”. “precaria” porque es pasajera y porque no es totalmente asumida por todos los que cobran un plan social y forman parte de este sector popular beligerante. Citemos sólo algunos testimonios:
“… como pueblo estamos totalmente, años atrás, retrocediendo años atrás. Un pueblo que viene con años de hambre, de desocupación. Porque la desocupación no es algo nuevo. Adonde hay muchísimos analfabetos… porque yo quiero que mis hijos…vos me dijiste recién ‘¿qué es ser piquetero?’, yo creo que yo porque sea piquetero no quiero que mis hijos y los chicos que vienen a comer a este comedor sean piqueteros. No quiero” (Pedro, MTD).

“Piquetero suena al que va, corta la ruta y hace quilombo. Pero la palabra esa la pusieron los medios… Yo cuando voy a un acto, a una movilización, con los compañeros, digo, vamos a luchar por algo que nos corresponde, es algo para el barrio. ‘Piquetero’, ‘a una marcha piquetera’, suena horrible” (Liliana, 30 años, Federación Tierra y Vivienda).

Los informantes explican que alrededor del año 2000, comenzaron a considerarse “piqueteros”, ya que revindicaban el piquete como método legítimo de reclamar ayuda social. Una entrevistada, a la pregunta sobre si se identifica como piquetera responde:

“Yo en lo personal, no. Yo creo que soy trabajadora desocupada…En una primera etapa sí me identifiqué, cuando había que salir a pelear en la calle. Creo que somos todos piqueteros, es maravilloso. Ahora, que yo no me identifique no significa que yo considere que ese no sea un buen término” (Marta, 30 años, Federación Tierrra y Vivienda).

El término piquetero remite al momento de la acción de protesta en sí, que como la define Tilly (2000) es “disruptiva y discontinua”. Como nos explican los informantes, la indiferencia de los gobiernos los llevó a tener que reclamar una y otra vez. Tienen la percepción que sin la presión continua en la calle y en los medios masivos de comunicación como escenario nacional de la esfera pública, no se obtienen ni planes, ni comida, ni soluciones a los problemas barriales:

“E:-¿El piquete da resultado?
Julián: Sí, por supuesto. Cuando vamos con un reclamo concreto. Tenemos respuestas. Vamos un petitorio. Cuando se realiza un corte bajan, mandan a buscar para ver qué es lo que queremos, suben los compañeros con el petitorio, llegan a un consenso, bajan, terminan el piquete y nos vamos. Por lo general da resultado” (Julián, 25 años, Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón).


La lucha por la justicia

Dentro del campo popular existe un sector más activo en la lucha por sus reclamos sociales que se inscribe en una memoria a largo plazo. Lo que pudimos observar fue que esta memoria no es experimentada de un modo consciente y militante. Es una memoria que se vive en el día a día de las necesidades concretas de comida, salud, educación, vivienda y trabajo.
Es también la necesidad de la dignidad cívica, del reconocimiento moral por la igualdad social (Rodríguez y Morello, 2003) lo que hace que estos actores sociales asuman un rol más activo al participar en marchas y piquetes, de este modo pasan a formar parte de un sector social que - pese a las represiones y a las indiferencias de los gobiernos- se regenera continuamente en la Argentina.
La aniquilación masiva de militantes durante de la última dictadura militar no logró hacer desaparecer totalmente del campo popular sus consignas básicas. Como nos cuentan los informantes, estas nociones fueron transmitidas de boca en boca y de panfleto en panfleto a través de encuentros casuales, reuniones, congresos, marchas, piquetes, talleres de debate, cursos de formación. Los militantes nuevos, de veinte y treinta años, retoman estas ideas e intentan legitimar con ellas el derecho a la ciudadanía, que significa formar parte de una sociedad accediendo a sus recursos disponibles (Kessler: 1996).
La ciudadanía implica la posibilidad de no sólo ser titular de los derechos civiles, políticos y sociales sino que también significa que las personas pueden hacer real uso de ellos en su vida cotidiana (Kessler:1996). Cuando la policía bonaerense asesina a Kostecki y Santillán, también aniquila el reconocimiento de la ciudadanía de los piqueteros en sentido pleno: social, civil y político. Como vemos en las entrevistas, incluso de personas menores de cuarenta años, los asesinatos del Puente Pueyrredón remiten imaginariamente a las luchas y a las represiones de épocas pasadas:

“Nosotros no queremos más mártires. Cuántos más” (Marta, 30 años, Federación de Tierra y Vivienda).

“Yo soy de esta generación, tengo 22 años, soy de esta generación, parida acá, y estos son los métodos de los que yo participo, lo que yo lucho. Y bueno, antes fueron los sindicatos y las fábricas, y bueno… distintas luchas. Y bueno, igual hoy por hoy algo parecido se vive, tenemos el ejemplo de Brukman,, de Zanón, de Sasetru. Quizás con otras formas. Era otro momento, había más fábricas” (Cecilia, 22 años, Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón).

Esta informante construye desde su memoria la narrativa de “justicia social”: un país con fábricas y con sindicatos. La mayoría de los informantes jóvenes no fueron jamás asalariados, pero forma parte de su memoria colectiva el pertenecer a un pasado cuando “las luchas” se encuadraban en una sociedad integrada.
La memoria colectiva de las luchas populares construye una trama argumentativa que forma parte de una larga serie de injusticias: la desocupación, la represión que comienza en 1976 y en general la falta de reconocimiento y solución a los reclamos. Es un proceso simbólico porque es elaboración discursiva de la acción ciudadana tal como la venimos definiendo. Y es un proceso imaginario porque hay creación de significaciones: los nuevos militantes se apropian y resignifican lo que les transmiten adultos mayores o jóvenes que se forman en las universidades, sindicatos, partidos y organizaciones políticas y barriales.
Cuando decimos memoria militante nos estamos refiriendo al campo popular organizado, que es una minoría, y no al conjunto de la clase trabajadora y desocupada. Y este es un punto fundamental para comprender por qué las marchas exigiendo justicia sufrieron la condena mediática de la prensa: fueron marchas de una minoría. La gran masa de personas trabajadoras y desocupadas no participa activamente de la organización sindical, política o de organización vecinal. Participar activamente significa tener una actitud beligerante, casi aguerrida, de disputa, para que los representantes gubernamentales tomen en cuenta sus reclamos. Participar de este modo tiene sus riesgos: represiones, represalias, persecuciones, amenazas, muertes. Asumir la legitimidad del reclamo a pesar de los riesgos implica un proceso de incorporación de una ideología. Cuando nos referimos a “incorporación” lo hacemos en el sentido físico, corporal, carnal, de este término, siguiendo a Bourdieu quien elabora el concepto de “habitus” para comprender los esquemas de percepción que forman parte del hacer práctico de las personas. Poner el cuerpo forma parte de la legitimidad de la lucha.

“Rosa:- Y eso fue lo de Brukman . Y al otro día éramos el doble en la calle. Y con qué ganas fuimos. O sea que esas cosas no nos achican.
E: ¿No te da miedo?
Rosa: - Y después de ese día, yo me curé de miedo. Yo tengo que luchar por todas las cosas que yo veo que sean injustas. Ojo, no es que porque ahora estamos al lado del presidente ahora a nosotros nos dan todo. No. Nosotros tenemos que salir a pelear, para conseguir para la carne, para la verdura. Nos dan lo seco. Y no lo suficiente. Porque con fideos, arroz, esas cosas, tenemos que buscar la alternativa y hacerles un pastel de papá, qué sé yo, algo…” (Rosa, 57 años, Barrios de Pie).

“E ¿Cómo es la lucha en la calle?
Cecilia: Es otra cosa, es luchar contra el hambre. Porque la gente que viene, tiene hambre, no tiene para comer, necesita 150 pesos. Era eso. La tente no luchaba porque le parecía que tenía que luchar, que `bueno, que tenemos que cambiar las cosas, que hay que luchar’. Esto que yo te contaba antes de que la gente va tomando conciencia de que hay otra cosa. Era totalmente distinta a la lucha estudiantil. No digo que más fuerte, ni mejor ni peor. Otra militancia distinta. Y acá era gente que iba con los nueve pibes. Que tenía a toda la cana y la gendarmería enfrente, y los tanques, y había gente con pibes y viejos y jóvenes…” (Cecilia, 22 años, Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón).

También es importante la formación ideológica que se inserta en una historia de luchas por el reconocimiento ciudadano. Es un esfuerzo diario y constante de los dirigentes, que deben convencer y persuadir a los vecinos de la legitimidad de los reclamos. Es trabajo político de formación de un discurso herético (Rodríguez, 2005). Un discurso que se opone a la forma tradicional de representación ciudadana.

La construcción del 26 de junio de 2004

Como dice Jelin (2002) existen diferentes tipos de narrativas: las personales, las colectivas, las judiciales, las periodísticas. Nos interesó comparar dos narrativas sobre los asesinatos de Kostecki y Santillán: las personales que representan al colectivo “piqueteros” y las periodísticas. Trabajamos con la prensa de alcance nacional de los días 26 y 27 de junio de 2004: Clarín, La Nación, Popular, Página 12 y Crónica.
Nos interesó comparar cómo se construía discursivamente el acto conmemorativo entre los distintos medios y entre los entrevistados de las organizaciones “piqueteros”:

“Fue un acto muy lindo. Estuve el 25 y el 26. El 25 se hizo un escrache a la SIDE, el lugar donde se ideó, se planificó y se dieron órdenes concretas de represión ese día. A la noches nos fuimos al punte, hicimos una radio abierta, hubo bandas, hubo festival de vigilia, un acampe, y al otro día a las doce y cinco se leyó el documento único que conformaron todos los sectores populares. Se leyó a las doce y cinco que fue cuando empezó la represión y de ahí una marcha multitudinaria que terminó en Plaza de Mayo. La policía hablaba de 25.000 personas, en un momento en el puente se hablaba de 70.000. Fue un acto muy emotivo” (Julián, 25 años, Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón).

En este testimonio se subraya la convocatoria multitudinaria y el aspecto cultural, comunitario y emotivo, sin dejar de lado la denuncia política. En el siguiente vemos también el aspecto emotivo y conmemorativo y al mismo tiempo la exigencia de justicia.

“Del acto de este año fue impresionante la cantidad de gente, de compañeros, que fueron al acto. Es como que cada año va más gente a hacerle ese homenaje a los compañeros caídos… Y yo siento bronca, siento tristeza, pero también siento la necesidad de seguir luchando para que esos compañeros, para que se haga justicia, para que los que los mataron, porque hay videos, hay un montón de cosas de quienes hicieron ese crimen” (Rosa, 57 años, Barrios de Pie).

A continuación presentamos una síntesis del análisis realizado a los medios. Nos interesa mostrar las características regulares de la construcción discursiva del conjunto de diarios elegidos.
El sábado 26 de junio Página 12 y Crónica tienen en sus portadas como títulos principales la noticia sobre la marcha, ambos con fotos. Página 12 titula “Nunca más” y tiene una foto de Darío Santillán muerto en el suelo. En la volanta se recalca la reivindicación de la conmemoración y “la nutrida marcha”. Crónica tiene otro enfoque, que se acerca más al enfoque que le dan los otros medios, y es el de subrayar la impronta violenta del hecho: “Mandan los piqueteros” titula en grandes letras blancas sobre la foto del acampe debajo del puente, donde se ven carpas, banderas y decenas de personas sentadas. Cuando hablamos de “impronta violenta” nos referimos a que los medios suelen calificar a estas marchas como hechos anómalos, que rompen con lo que debería ser el orden ciudadano. Son hechos violentos en tanto se hace foco sobre lo disruptivo, agresivo y rebelde.
Clarín tiene un tratamiento similar de la noticia, aunque no es la principal sino que aparece en el ángulo inferior derecho, ocupando menos de la mitad de la portada. Es una foto parecida a la de Crónica, aunque esta tomada no desde lejos y desde arriba, sino que se ve de cerca a jóvenes sonrientes y distendidos que están sentados y recostados a lado de las carpas. El título es “Mantienen copado el Puente Pueyrredón”. En la bajada se explica el recorrido que hicieron y que harán por la ciudad, remarcando el imaginario de “la ciudad tomada”, que es víctima pasiva de “la prolongada protesta piquetera”. Es llamativo cómo este medio mantiene en tensión al sujeto gramatical de la protesta, en tanto las oraciones suelen tener sujeto tácito, generalmente en los títulos, aunque en el interior de los artículos si aparecen frases con el sujeto piquetero. No es un dato menor en tanto este medio suele denominar a este tipo de acontecimientos como “la protesta social”, calificación que remarca la exterioridad de fuerzas que si bien son sociales, son inmanejables para el Estado, el gobierno y los propios actores sociales.
El mismo sábado 26 La Nación y Diario Popular tienen en sus portadas en grandes letras la misma palabra: “violento”. La Nación cita al ministro de defensa quien dice que “…la Argentina se está convirtiendo en un país violento” debido a los escraches y a las acciones piqueteras en las calles. Debajo de esta noticia que ocupa el centro superior de la portada, esta el artículo que dice “Otra comisaría atacada”. Se refiere al mismo hecho que pone Diario Popular en primera plana: “Otro violento ataque a comisaría”. Ambos medios se refieren al ataque por parte de vecinos y militantes de la agrupación piquetera Polo Obrero a una comisaría en Villa Tesei por la muerte de un joven. En este diario, la noticia por la conmemoración aparece en el mismo recuadro que informa sobre la toma de la comisaría. Vemos que semánticamente se relacionan ambos acontecimientos, que en realidad sólo tienen en común la participación en ambos del Polo Obrero. La relación se da porque el medio interpreta que ambas son protestas y por ende tienen un componente disruptivo, como expresa la bajada: “Odisea para transeúntes y quejas de comerciantes”.
La noticia sobre la marcha aparece en La Nación recién en la página 12 y se titula: “Cortan por 24 horas el puente Pueyrredón”. La volanta, más que significativa dice “Las protestas callejeras: a dos años de la manifestación trágica en Avellaneda”. Vemos que este medio muestra a la protesta como “callejera”, un adjetivo que remarca la metodología del corte. Además, el diario pone juntas dos palabras “manifestación” y “trágica”, dando a entender que protestar es algo trágico, además de producir, como informa en otro recuadro “Un caos de tránsito”.
La Nación y Diario Popular tienen como noticias principales lo que interpretan como un hecho “violento”: la toma de la comisaría. Asociada a esta información esta la protesta, cuyo eje de sentido –acontecimiento - como noticia no es conmemorar y pedir justicia sino “copar”, “cortar”, “desafiar”, “amenazar” (son las palabras que utiliza Diario Popular).
El domingo 27 de junio la noticia en las portadas de los medios analizados es otra: el asesinato de un militante piquetero el viernes 25 de junio. Martín Cisneros trabajaba en un comedor infantil de la agrupación Federación de Tierra y Vivienda (FTV). Los títulos de Clarín explican lo sucedido:
“Un hecho confuso que provoca sospechas (Volanta)
Matan a un piquetero y aumenta la tensión (Principal)
Martín Cisneros era del grupo de D’ Elía, cercano al Gobierno. Lo asesinaron de siete tiros en su casa de La Boca. Detuvieron a un sospechoso, acusado de vender droga y ser informante policial. En protesta, D’ Elía y los suyos tomaron la comisaría del barrio. Y le hicieron un velatorio con fuerte tinte político. El gobierno quedó descolocado (Bajada)”.

Clarín resalta la cuestión de lo disruptivo cuando dice “aumenta la tensión”, marcando lo que en cuerpo principal del artículo denomina “sobre el final de una semana dominada por el conflicto con los piqueteros”. Este medio remarca la cuestión pasional del hecho: el asesinato, el dolor, la tensión, el “hecho policial confuso”, la descolocación del gobierno. La noticia tiene componentes dramáticos e intriga porque el crimen se cometió durante la noche de vigilia de las agrupaciones piqueteras que conmemoraban a Kostecki y Santillán.
La noticia por la conmemoración aparece en un recuadro, en el mismo espacio gráfico de la portada donde está la noticia por el asesinato y dice: “Un homenaje masivo, pero sin disturbios”. La violencia esta presente, aunque sea fantasmáticamente. Diario Popular titula: “Amenazaron con seguir cortando calles y rutas (Volanta). Desafío piquetero (Principal)”. Crónica tiene como título: “Terminó en paz el acto”. En estos tres medios el tema principal de la noticia no es la conmemoración sino la posibilidad de la violencia, una violencia latente, que por ende es visualizada como constitutiva de la protesta.
El enfoque de La Nación y Página 12 es diferente. Este último titula “Unánime reclamo de justicia” y La Nación dice: “Una multitud de piqueteros recordó a Kosteki y a Santillán”.
En los cinco medios analizados, en los artículos principales se relata cómo se desarrollaron los actos. En todos los medios se citan partes del texto que se leyó en el acto principal organizado por lo que el gobierno y los medios de comunicación denominan “las agrupaciones duras” . Observamos que en los artículos principales no se relata ningún episodio disruptivo o agresivo y ni siquiera aparece “el fantasma” de la violencia.
Es en los títulos, en las fotos y en otros artículos relacionados donde los medios resaltan la posibilidad de la “violencia”. La “violencia” se construye metonímicamente, los palos y las capuchas son la “violencia”. En este caso es preciso aclarar que para los informantes esto no es expresión de la “violencia”, es enfrentamiento, para ellos la violencia son los muertos, la posibilidad de ser baleados por la policía.
Veamos un ejemplo, de Crónica que titula “Infaltables Palos y Capuchas” y donde dice en una parte del artículo “Pero el fantasma de la violencia volvió a rondar...”. En las fotografías se ven palos, capuchas y algunas escenas donde los manifestantes volteaban las vallas en Plaza de Mayo. Fotos similares están los cinco medios.
Mostrando una parte, capuchas, palos, hombres empujando vallas, se construye la “violencia piquetera”.
En la construcción de los acontecimientos los medios suelen darle espacio a los funcionarios del gobierno y a los políticos, economistas y empresarios de mayor peso. No es lo mismo “decir lo que dijeron” que reproducir directamente sus dichos. La Nación, sólo cita brevemente al dirigente del Polo Obrero. Crónica reproduce también brevemente a Raúl Castells y algunas frases del texto. Página 12 es el medio que más espacio le brinda a lo que se leyó en el acto y hay declaraciones de varios líderes piqueteros. Clarín sólo cita algunos párrafos, al igual que Diario Popular.
En general estos actores políticos suelen tener el espacio para que sus dichos sean reproducidos textualmente cuando protagonizan algún suceso fuera de la común, un acontecimiento noticiable que suelen ser hechos anómalos, como sucedió con el crimen de Martín Cisneros. Los medios observados reprodujeron las declaraciones de D’Elía, quien protagonizó la toma de la comisaría. También observamos que en Clarín se citaron las declaraciones del padre de Darío Santillán porque estuvo con el presidente de la Nación, hecho sobresaliente si los hay para los productores de noticias. En La Nación, es el abogado de Kostecki y Santillán quien tiene la voz autorizada -letrada - para expresarse. Página 12 es el medio que reproduce los dichos, versiones e ideas de los piqueteros, pero también hay espacio para los funcionarios y los empresarios. Resumamos lo que decimos con los títulos de los artículos de Crónica del 27-6 que rodean gráficamente el artículo principal que relata la conmemoración: “Alivio en el gobierno”, “El presidente insistió en que no habrá represión”, “Pampuro asegura ‘no haber dicho’ lo que dijo”, “Decisión tomada con mentalidad fascista ”.

Conclusiones

Nuestro objetivo era comparar las narrativas personales de militantes piqueteros y las narrativas mediáticas sobre la conmemoración del segundo aniversario de los asesinatos de Kostecki y Santillán. Queríamos conocer las distancias que existen en la construcción de dos tipos de narrativas: una oral y personal – enmarcada en un discurso colectivo – y otra masiva y gráfica .
Los informantes sienten que el piquete es el último recurso de reclamo frente a los diferentes gobiernos – en el tiempo y en las administraciones territoriales- y así lo narran. De ahí el rechazo de algunos militantes a ser denominados “piqueteros” en tanto esto los etiqueta sólo como rebeldes y no también como trabajadores desocupados.
Para otros entrevistados el “título” de piquetero es sentido con orgullo porque es una forma de identificación con formas históricas, populares y pasionales de resistir y a la vez sostener su posición subalterna. Decimos subalterna en tanto quedan sujetos a poderes económicos, políticos y represivos que los someten a sus decisiones. También decimos que estos sectores populares sostienen esta calificación en tanto es el lugar que ocupan en el espacio social y pensamos que vivir con orgullo la resistencia es una forma de soportar esta situación de desigualdad. De alguna manera puede decirse que fue parte del movimiento peronista quien hizo circular en el imaginario popular la consigna de “la justicia social”. La justicia social tiene como contracara la idea de “injusticia”, palabra que encierra las vivencias cotidianas de desigualdad ciudadana en el acceso a los derechos sociales. Es esta noción básica – junto a otras que no hemos analizado – la que sostiene imaginariamente la rebelión piquetera.
Para los informantes la “rebelión” es la necesidad física de oponerse a lo que se siente como injusto. La injusticia es vivida cotidianamente: la falta de comida, de trabajo, de recursos para mejorar el barrio. Como veíamos son sólo las personas que pertenecen a grupos organizados ideológicamente las que sostienen esta memoria militante que a la vez impulsa la participación en marchas y manifestaciones. Esta “rebelión” no es espontánea sino que se construye en el tiempo - colectivo e individual -.
En los diarios observamos que la noticia no se construye sobre los motivos reales de las manifestaciones sino sobre la posibilidad de que haya hechos “violentos” (palos igual a violencia). El recurso metonímico produce el efecto de despolitizar y criminalizar la protesta.
Estos grupos organizados que han recibido el nombre de “piqueteros” buscan el reconocimiento. Lo hacen a través de marchas y piquetes y necesitan de la difusión de los medios masivos de comunicación porque “Para nosotros es importante para poder transmitir lo que realmente hacemos y por qué lo hacemos” (Julián, Movimiento de Trabadores Desocupados Aníbal Verón, 25 años). Vemos que los piqueteros hacen un uso instrumental de los medios.
Y observamos que los medios presentan las noticias sobre las marchas resaltando la amenaza de “los incidentes” y “los disturbios”.
Es importante aclarar que observamos que en los diarios analizados si bien predomina una línea ideológica que se manifiesta en las titulares y fotografías, también observamos que algunos artículos informan siguiendo de cerca las razones de los manifestantes. Queremos decir que no todos los artículos enfatizan el descontrol y la ilegitimidad de las protestas sino que algunos tienen otra óptica más favorable hacia los sectores piqueteros. Esto tiene que ver, suponemos, con que la visión de los periodistas no siempre es igual a la del medio y algunos “sentidos” se pueden desviar de la línea editorial dominante.
Los medios informan siguiendo la línea de lo que quiebra el orden social rutinario (Rodríguez, 2005) mostrando lo escandaloso y llamativo. Las protestas piqueteras forman parte de lo que en las rutinas de producción de noticias puede dar lugar a acontecimientos de transgresión y violencia.
La experiencia no está sólo construida por prácticas, también está constituida por el lenguaje. Si partimos de esta idea podemos pensar que la experiencia también es creada discursivamente, y en consecuencia existiría una lucha entre los diversos discursos que intentan atribuirse la construcción de tal experiencia. Es por eso que resulta vital que esos discursos obtengan el reconocimiento social para ser considerados como la “verdad”. A está posición aspiran la mayoría de los discursos.
Pero la tarea no es sencilla, para llegar a convertirse en el discurso que expresa la “verdad” hace falta derribar a todos los otros discursos que están circulando, es decir a los otros sentidos, y convertirse en “sentido común”, en palabras de Barthes (1997) esa “mezcla de moral y de lógica”. En algún sentido los medios y los sectores “piqueteros” luchan por instaurar el discurso de las experiencias de las desigualdades y las injusticias, injusticias que en nuestro país se inscriben en una trama histórica que excede la noticia del día.




Bibliografía
-Barthes, R (1999): Mitologías, Siglo XXI, Madrid.
- Jelin, Elizabeth (2002): Memorias de la represión, Siglo XXI, Madrid.
- Kessler, Gabriel (1996) “Adolescencia, pobreza, ciudadanía y exclusión”, en Adolescencia, pobreza, educación y trabajo, Irene Konterllnik y Claudia Jacinto (comp), Losada, Buenos Aires.
-Laclau, Ernesto y Chantal Mouffe.(1985) Hegemony and Socialist Strategy: Towards a Radical Democractic Politics. London: Verso.
- Martini, Stella (2002): “Sobre crónicas periodísticas: una agenda de modelos para controlar”, en Zigurat, Nº 3, octubre, Buenos Aires.
- Morello, Paula y Rodríguez, Lucía (2003): Ni solo pan, ni solo plan. Contenidos morales y culturales de las protesta piquetero, Ponencia presentada en las Jornadas del Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires.
- Ricoeur, Paul.(1984) Time and Narrative 1. Traducido por Kathleen McLaughlin y David Pellauer. Chicago: University of Chicago Press.
- Rodríguez, María Graciela (2005) “La beligerancia cultural, los medios de comunicación y el ‘día después’”
- Williams, Raymond (1997) Marxismo y Literatura, Ediciones Península, Barcelona, España
- Svampa, Maristella y Pereyra, Sebastián (2004): Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras, Biblos, Buenos Aires.
- Tilly, Charles (2000): “Acción colectiva” en Apuntes, Nº 6, Buenos Aires.

viernes, 19 de febrero de 2010

Arte y denuncia: la tortura en la tela

Por Mariana Malagón.

Introducción.

En este texto me interesa explorar y problematizar el modo en que se pueden relacionar las nociones de “arte”, “denuncia”, “protesta”, “posmodernidad” y “estética”. Tomo como material de análisis algunas reproducciones de cuadros pintados por Fernando Botero que tienen como tema las torturas perpetradas por soldados norteamericanos a prisioneros iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib. Pero no solo analizo estas reproducciones sino también el modo en que el arte de Botero toma estado público.

Me enteré de este trabajo por medio de un artículo titulado“¿Quien recordaría Guernica si no fuera por la pintura de Picasso?” escrito por Ana Baron y publicado en el diario Clarín el día 11 de marzo de 2007 (http://www.clarin.com/diario/2007/03/11/sociedad/s-05415.htm). La volanta del artículo dice: “Fernando Botero y su obra resistida en EE.UU.”. La bajada expresa: “Ningún museo de EE.UU. aceptó exponer sus cuadros sobre la tortura en Abu Ghraib. Esas pinturas se exhiben ahora en Berkeley, pero sin financiamiento público”. La nota esta en la sección Cultura y ocupa dos páginas.

Busqué información en internet. Hallé varias páginas donde se reproducen algunas obras ( http://www.revistadiners.com.co/noticia.php3?nt=24663) y comentarios y entrevistas al pintor. Quería ver los cuadros, pero me encontré también con las fotos reales, sobre las que se inspiró Botero (http://www.elmundo.es/fotografia/2004/05/fotosirak/). Las fotografías me resultaron mucho más terribles que los cuadros. Eran verdaderas. Me refiero a que en ellas no había arte que suavizara la terrible visión de la tortura. Las fotografías reproducen el sufrimiento de esas personas torturadas y el espectador mira por los ojos de quien fotografió. La mirada de Botero es piadosa. La del fotógrafo es cruel. Esas fotos continúan torturando a esos hombres y mujeres. Los cuadros denuncian la violencia. Las fotografías la enuncian, la dicen, la exponen, la exhiben. El espectador queda capturado por los ojos de quien captura porque en definitiva, tanto el cuadro como la fotografía, reproducen lo que otro percibió.

Posmodernidad, arte, estética.

El concepto de “posmodernidad” es fundamental para analizar las contradicciones en las que se encuentra el pensamiento en la actualidad. Es un concepto nacido en el campo artístico que da cuenta del problema del arte en la sociedad de masas de posguerra. Esta sociedad, volcada al consumo, consume también arte. El arte burgués daba cuenta de los objetos artísticos como bienes que mostraban el poder económico (Berger, 2000). El arte de vanguardia reacciona contra esta noción del objeto artístico como “bien” burgués y propone que el arte cuestione lo existente -lo real y el modo en que lo percibimos e interpretamos- y por ello es un arte político y de experimentación. En la década del sesenta, como explica Jameson (1999), el arte de vanguardia es un arte académico, absorbido por las instituciones del campo del arte que le pone precio a las mismas obras que cuestionaban los valores burgueses.

Si la vanguardia critica la idea de que el arte debe copiar la realidad para disfrutar de su belleza y por ello apela al inconsciente, a la fantasía, a lo abstracto -entre otras categorías de “lo no realista”-, el campo artístico de los años sesenta compra estas ideas. “Lo vanguardista” constituye el valor estético y el valor monetario de las obras. Adquirir una obra de vanguardia es un negocio de compra de capital social: el dueño ostenta su lugar en la sociedad y esto le da prestigio porque si tiene la obra es porque tiene mucho dinero. Los dueños de estas costosísimas obras de arte creen que de este modo acceden a lo sublime. Lo sublime se compra. Esta es la esencia de lo posmoderno: las experiencias se pagan con dinero, se compran. Y por eso decía que el término posmoderno me parece válido en tanto como bien plantea Jameson, la posmodernidad presenta características que “…fueron rasgos secundarios o menores del arte modernista, marginales y no centrales, y que estamos ante algo nuevo cuando se convierten en los rasgos centrales de la producción cultural” (1999: 35).

La posmodernidad exacerba lo que ya observó Benjamin (ver Buck-Morss, 1995) en la cultura parisina de mediados y fines del siglo XIX: el culto a las mercancías (también observado por Marx como “fetichismo de las mercancías”), la producción y reproducción en serie, la cultura de masas, la soledad y el anonimato de los individuos en la muchedumbre urbana, la moda como lo siempre nuevo que se vuelve obsoleto en el preciso instante de su aparición, como sucede con la noticia periodística. Pero principalmente, como señala Jameson, pero refiriéndose a la posmodernidad: “…la desaparición del sentido de la historia, el modo en que todo nuestro sistema social contemporáneo empezó a perder poco a poco su capacidad de retener su propio pasado y a vivir en un presente perpetuo y un cambio permanente que anula las tradiciones…” (1999:37). Como plantean Adorno y Horkheimer (2001), la modernidad toma de sí misma lo peor. Agrego que lo posmoderno exalta esto peor de la modernidad.

Las vanguardias son lo nuevo, son el futuro en el presente. Las vanguardias fueron un momento de exaltación de la experiencia aurática. “Advertir el aura de una cosa significa dotarla de la capacidad de mirar”, dice Benjamin (2007:31). Ya no se trata de la experiencia subjetiva de quien interpreta la obra (como en la estética kantiana) sino que el aura despoja al sujeto de su subjetividad y lo coloca en la dimensión del misterio. El misterio divino, místico o religioso se refiere a la fuerza profana de la comunidad que se sublima, consagra y sacraliza en algo superior a cada individuo, volviéndolo parte de algo más grande que él mismo en su mismidad, particularidad, transitoriedad y mortalidad. Es muy claro Goux (1998) cuando explica que los sacerdotes -como Tiresias en la tragedia de Edipo-, son los custodios de la tradición que encierra los secretos de lo que la comunidad preserva del paso del tiempo. Lo divino es lo que se guarda amorosamente. La memoria transporta nuestro efímero cuerpo presente hacia el pasado que se sacraliza como inmortal.

Las obras que hoy consideramos artísticas fueron antes de la concepción moderna del arte, objetos de adoración a través de los cuales experimentar lo divino. Las obras de arte modernas conservan su aura en tanto también guardan la experiencia de lo divino porque pertenecemos a una comunidad. Pero claro, estos valores comunitarios se fueron transformando a lo largo de los siglos en valores sociales (en el sentido de Tonnies, 1947). Y el valor social fundante del capitalismo es el de la mercancía. La obra de arte es una mercancía y ese es su valor. Este valor monetario, contante y sonante, es ambiguamente reconocido. Cuando se pagan millones de dólares por un cuadro, se reconoce. Cuando me pierdo -abandono mi subjetividad- observando por ejemplo un cuadro de Magritte, lo superior me convoca. Esa cosa sin nombre que es más que yo disuelve mi narcisismo, mi egoísta amor propio que se aferra a mi yo y desconoce a los otros. Y lo maravilloso es que no hay otros. Porque como decía Sartre, el infierno son los otros. El arte sublima la insoportable pertenencia a la comunidad. Porque no se trata de ensalzar lo comunitario sino también de denunciar su opresión. La sumisión individual al todo social que nos convierte en personas y por lo que tanto sufrimos, como bien ha explicado Freud en “Sobre el malestar en la cultura” (1997). En lo divino, y por ende en el arte, los otros están presentes en su ausencia. La mercancía como el gran valor cultural capitalista se opaca en mi experiencia aurática con el cuadro de Magritte pero no deja de estar presente porque el cuadro me mira desde un libro que compré en una librería (y que pagué barato porque fue antes de la devaluación). Mi experiencia aurática esta irremediablemente atravesada por mi condición de consumidora argentina (condición degradada si la hay).

Una obra artística representa las fantasías, imágenes y deseos colectivos. No se puede considerar a un cuadro como producto de una persona concreta, aunque lo sea. Eso es una ficción burguesa para convencer al pintor de que cobre caro su cuadro. Aunque en la actualidad nos une la adoración al fetiche, considero que existe sin embargo una pertenencia a un imaginario “todo social”, que no nos vincula con el pasado sino con un presente mercantil en permanente obsolescencia, como observó Benjamin.

Pero así como el arte es actualmente consumo y reproducción del sistema, también en el arte -o en algunas de sus obras- se expresa el otro gran relato de la modernidad, que es el de la emancipación. Porque así como en la modernidad se constituyó en torno al relato del orden y el progreso capitalista, también elaboró teorías y prácticas no capitalistas. Entonces, me parece que el arte es el terreno en el que conviven esos dos grandes relatos. Cito a Adorno: “El movimiento inmanente del arte contra la sociedad es uno de sus elementos sociales, pero no su actitud manifiesta respecto a ella. Su gesto histórico rechaza la realidad empírica aunque la obra de arte, en cuanto cosa, sea una aparte ella. De poder atribuirse a las obras de arte una función social, sería la de su falta de semejante función” (1983:297). Esta cita me ayuda a explicar que la autonomía del arte no es más que ese momento en que la sociedad dejar de adorar a los dioses para adorar la propia autoinstitución de lo social Goux (1998).

El problema es que -por ahora, al menos- solo el arte está en condiciones de expresar la autoconciencia del ser social. Como dice Grüner: “…en la medida en que la violencia que recorre la esfera de lo político no es registra por las teorías dominantes, el arte se hace cargo de ella” (2005:318). Solo el arte puede hablar de aquello, que como explica Grüner lo político reprime y que es la violencia fundacional de un orden que excluye a las masas “…que son sacrificadas en el ritual violento de un orden que funciona…para el poder” (2005:335).

La denuncia, la protesta, las fotografías, los cuadros.

La protesta es plebeya. La denuncia es elegante. Puede denunciar quien tiene palabras y medios para expresarse ante el poder. Protesta quien se harta de ser ignorado por el poder (aunque a veces el poder, muy astuto, también protesta para acallar a quienes denuncian). La protesta manifiesta enojo y siempre es contra algo o alguien. El arte puede protestar y denunciar. Como expliqué antes, el arte es denuncia y protesta porque su posición constitutiva crítica así lo define: tiene los elementos expresivos para denunciar y además puede mostrar la rabia, el enojo, la cólera. Pero algunos artistas en ciertas circunstancias enuncian claramente este “rol antisocial”, como dice Adorno (1983). El arte de denuncia ha tenido mala fama porque muchas veces ha sacrificado sus valores artísticos por la propuesta política. Se ha utilizado al arte para defender cierta postura frente al poder. Y entonces la pregunta es: ¿eso es arte o propaganda?

Adorno ha planteado que solo la autonomía del arte con respecto al poder y a los poderosos puede mostrar la imposibilidad de la reconciliación (del fetichismo ideológico que encubre la dominación). Cuando el arte de protesta y denuncia olvida que su especificidad es “…negar y superar la realidad empírica” (Adorno, 1983: 333), entonces se convierte en un mensaje propagandístico. Con palabras de Adorno: “Que las obras de arte renuncien a la comunicación es una condición necesaria, pero no suficiente, de su esencia no ideológica. El criterio central es la fuerza de su expresión, gracias a cuya tensión las obras de arte con un gesto sin palabras se hacen elocuentes. Por su expresión, la obras aparecen como heridas sociales…El principal testigo de lo que decimos es el Guernica de Picasso” (1983: 311). Las palabras de Adorno son las indicadas: el arte de denuncia es una herida. Una herida a la pretensión ideológica de totalidad y reconciliación.

Las pinturas de Botero de la serie “Abu Ghraib” fueron noticia en todo el mundo a partir del momento en que varios museos de Estados Unidos no quisieron exponer su trabajo. Si Botero quería conmover a la sociedad, lo logró. La sociedad norteamericana no quiere ver esos cuadros. Pero sus soldados sí quisieron ver la tortura. Los perpetradores del horror quisieron documentar lo que hacían. Sospecho que las fotografías formaban parte de la sesión de tortura porque en ellas se observa que se obliga a posar a los presos. La cámara fotográfica era un instrumento de tortura ya que implicaba que otros verían la humillación de esas personas. Doble tormento.

El poder brutal de la tortura y los golpes es el poder real, en un sentido lacaniano, porque es pura materia (carne, sangre, órganos, huesos). No es que no sea simbólico, ya que simboliza la dominación y la amenaza del asesinato. Pero está en el límite. La violencia representa el delgado límite entre lo real y lo simbólico. La tortura despoja al ser humano de su humanidad, lo convierte en puro dolor. El dolor corporal intenso se impone sobre cualquier otra percepción, borrando o aplastando la subjetividad que queda sometida a un poder superior: el del sufrimiento. Contra el dolor poco o nada se puede hacer sin calmantes o anestesia. Solo se puede sufrir. ¿Pero qué subjetividad es esa?

Para los torturadores se trata de aplastar toda subjetividad casi hasta el límite porque sin oprimido no hay opresor. Las fotos de Abu Ghraib buscaban documentar eso. Los torturadores suelen dejar a algunas víctimas libres, para que cuenten lo sucedido. Ese es el simbolismo de la tortura: representar el dominio en el límite de lo humano. Y las fotografías muestran el placer por este dominio.

Cuando las fotografías se convirtieron en noticia, los medios de comunicación las interpretaron o como un exceso de las tropas o cómo una maniobra habitual de la salvaje opresión del ejército invasor, según la línea ideológica de cada medio. Lo cierto es que recibieron una condena unánime. Más allá de las leves penas castrenses que sufrieron los torturadores, las fotografías cumplieron el objetivo de mostrar al mundo entero el dominio norteamericano sobre las fuerzas iraquíes. Aunque reprobadas, esas fotografías muestran sin embargo el horror con los ojos de los opresores. Sentimos horror y desaprobamos esas imágenes pero a pesar de eso no podemos hacer nada sino solo mirar y lamentarnos.

En varios reportajes Botero dijo que pintó las torturas de Abu Ghraib movilizado por la ira que sentía. El artista hace algo con eso que siente. Uno, como espectador, solo siente bronca. Las pinturas de Botero son representaciones figurativas y bastante parecidas a las fotografías. El pintor eligió prácticamente copiar lo que esas fotos le mostraban. Por supuesto no copias exactas sino que son recreaciones.

Analizo dos. La primera (http://www.revistadiners.com.co/media/DSC00209_1.jpg) es la que muestra a un soldado vendando, con cintas en las muñecas y en los pies y vestido con un corpiño y una bombacha de mujer y chorreando sangre por sus heridas. Es un hombre fornido, gordo, tal cual el peculiar estilo de Botero de pintar figuras humanas obesas. Es un musculoso cuerpo de soldado casi erótico, pero no por la ropa interior sino por la sensualidad típica del hombre fuerte. Sin embargo, esa mezcla de sensualidad y humillación sexual se devela como monstruosa. Lo mismo sucede con el otro cuadro (http://www.revistadiners.com.co/media/BOTERO45.jpg ) en el que se ve a un feroz perro parado sobre un hombre semidesnudo, también vendado y maniatado, tirado boca abajo. El sanguinario rostro del perro, que también es musculoso y fornido, es la monstruosa cara del diablo de las pinturas medievales.

Las pinturas de la serie Abu Ghraib tienen algunas características de los cuadros medievales que recrean el calvario cristiano, con sus santos y cristos crucificados. También tienen el estilo de las pinturas del infierno de El Bosco, Giovanni da Modena y los hermanos Limbourg. Los personajes de estas obras también están desnudos y padeciendo algún tipo de tortura (incluso la sodomía con objetos u otro tipo de humillación sexual). En ellas se resaltan los muslos, las colas, los pechos y los genitales de modo que aparecen ambiguamente en posiciones parecidas a las del acto sexual en sus diferentes formas. En estas obras figuran diablos y monstruos con formas animales y grotescamente humanas. El perro de la obra descripta y los torturadores de los otros cuadros que apalean a los prisioneros son como aquellos monstruos medievales de las pinturas.

La serie de Abu Ghraib trabaja una estética de lo espantoso y monstruoso más que de lo feo. El arte ha tenido la capacidad de hacer de lo feo un objeto de contemplación. Se ha definido la belleza como gusto desinteresado, ya que no se tiene la intención de poseer el objeto contemplado y se lo admira por el solo placer de hacerlo. Se ha escrito sobre lo sublime como aquello que despierta miedo o espanto pero que sin embargo se puede contemplar porque se está a distancia de lo terrorífico. Los cuadros del infierno o del calvario de Cristo forman parte de ese arte que sublima lo espantoso y lo convierte en objeto de contemplación. La distancia permite la observación. Pero se trata de una distancia fenomenológica y no espacial. Las fotografías de Abu Ghraib no tienen la distancia que tienen los cuadros de Botero porque la mirada del fotógrafo es la mirada del torturador que se deleita con su violencia y utiliza la cámara como elemento de tortura.

La diferencia entre los cuadros del calvario cristiano y las del infierno es que en las segundas los pecadores merecen su padecimiento. El Cristo o el santo no merecen el dolor y por ello la mirada del pintor es de compasión. Lo mismo sucede con la mirada de Botero sobre aquellos prisioneros y por eso se puede ver en ellos una similitud estilística con los cristos y los santos. Sin embargo, Botero no pudo dejar de pintar la maldad y por ello debió pintar los cuerpos humillados y la presencia de los hombres-monstruos en posición dominante frente a la patética sumisión de los torturados.

Conclusiones.

Se podría considerar al trabajo de Botero como una exaltación de lo mejor de la modernidad desde el mismo movimiento posmoderno. Describo algunas de sus características. En primer lugar su arte es relativamente figurativo ya que la figura humana es más que obesa, redonda. Sus figuras son circulares, como si fueran las imágenes deformadas de los espejos que distorsionan lo reflejado de modo que parece ensanchado a los costados. En segundo lugar, Botero se aleja de la perspectiva tradicional, ya que el espacio en el que se encuentra la figura está también distorsionado de una manera similar a la de algunos cuadros vanguardistas, en los cuales la colocación de los objetos en el espacio no es natural o posible. En la serie de Abu Ghraib, Botero mantiene este estilo pictórico, pero sus figuras son más musculosas y fornidas, supongo que porque se trata de soldados entrenados para la lucha. Los músculos de los soldados oprimidos y opresores están excesivamente redondeados, casi inflados. Sin embargo, nada tienen de esas plácidas figuras naïf de sus trabajos anteriores. Son monstruosas y sufrientes. En tercer lugar toma elementos del arte medieval y también del barroco flamenco de Rubens, a quien Botero ha dicho emular.

Las tres características descriptas dan cuenta del consciente diálogo de Botero con el legado artístico del arte medieval y moderno, más que del pastiche del que habla Jameson (1999) con respecto al arte posmoderno. Botero retoma estilos, escuelas, temáticas, movimientos y las actualiza con un gesto que no es irónico o nostálgico, sino devoto. Y utilizo la palabra “devoto” por sus connotaciones religiosas, en tanto Botero venera a sus antepasados y los convoca en su legado para que formen parte de su trabajo.

Otra característica de la serie Abu Ghraib es el hecho de que el artista haya trabajado sobre fotografías publicadas en los medios masivos de comunicación. El pintor quedó atrapado por esas imágenes y las copió. Hay algo “muy Warhol” en ese gesto Pero en esa copia transformó las significaciones de esas imágenes incluyendo a la parodia del pop art y renegando de ella en un solo movimiento. Botero quedó capturado por esas fotografías publicadas en los diarios, por esas imágenes que convirtieron en un presente perpetuo la tortura de los prisioneros. Pero el artista pudo revertir el sentido de ese presente para redimir a las víctimas. Así como las noticias se vuelven obsoletas en el mismo momento de su publicación, así Botero pudo registrar para la historia lo que sucedió en Abu Ghraib.

La industria cultural produce bienes culturales de consumo y por ende de deglución y defecación. El arte -o cierto arte- busca perpetuar la memoria cultural. Esto es lo que buscó Botero: que esas fotografías no fueran solo “noticias de ayer”, como dice una canción de los Redonditos de Ricota. En un tercer movimiento, la serie de Abu Ghraib fue noticia de los medios de comunicación de la industria cultural. Y este también es un efecto del arte de denuncia de Botero, quizás no buscado. Pero este efecto encaja con las características del arte de protesta, un movimiento que busca salir de los museos y ser parte del espacio público social. Lo cierto es que los medios masivos de comunicación son uno de los escenarios principales de lo público, aunque reine en ellos la lógica mercantil y los intereses políticos. Yo misma me enteré de su trabajo por el diario y pude mirar las reproducciones de su obra en internet.

¿Qué queda de la experiencia aurática luego de mirar cuadros por internet? Queda el deseo de poder verlas algún día expuestas en un museo de Buenos Aires para admirar la fuerza de su expresión y de su autenticidad. Pero no autenticidad en un sentido material y monetario, como hacen los coleccionistas, sino en el sentido de verdadera creatividad social. Porque considero que los artistas son como los profetas bíblicos, convocados por Dios para decir una verdad. La verdad de lo que arte puede decir sobre la opresión, la violencia, la injusticia, el dolor, la mentira. Una verdad más poderosa, ya que como dice Adorno, niega y supera la realidad empírica. Esta realidad tan mundana, concreta, injusta, agobiante, transitoria y aburrida

Y no se trata de una verdad anunciada para cada uno de nosotros como seres individuales sino de uno verdad dicha para la sociedad en su conjunto. Sociedad que está -más que dividida- desgarrada en clases sociales y que como dije antes, comparte más que un pasado, un presente en permanente obsolescencia. Sin embargo, creo que el arte y la literatura son terrenos (espacios, lugares, esferas) que la sociedad aún tiene para resguardar su memoria como sociedad.

Botero quedó con su serie de Abu Ghraib expuesto a cruzar la delgada línea que separa el arte de la propaganda. Pero eso es también lo interesante de su trabajo y lo que a mí me llamó la atención. Porque desde un arte que no puede ser más que posmoderno, reivindica los valores del gran relato moderno de la emancipación. Y digo que ese arte no puede ser más que posmoderno porque Botero forma parte del campo del arte, aunque se resista y logre a veces salirse de él. Pero como decía antes, el arte es expresión de los dos grandes relatos la modernidad aunque quede sojuzgado por la lógica capitalista y pueda ser expresión algunas veces del lema del fin de la historia.

Creo que lo posmoderno, en definitiva, es la exaltada propaganda del gran relato que supone la reconciliación y la totalidad social. Lo posmoderno no hace más que agravar características propias del capitalismo industrial del siglo XIX en el siglo XX y XXI. El concepto supone que la modernidad se superó a sí misma y que ahora no queda más que celebrarla en un continuo presente que toma elementos del pasado. Se trae al pasado para parodiarlo, ya que el presente no tiene suficiente creatividad y energía, como plantea Jameson. Pero en el arte conviven dos corrientes o fuerzas ideológicas que plantean cosas distintas. Botero pinta desde la estética posmoderna pero para denunciar la injusticia, generando un cruce sintomático de estos tiempos posmodernos, en los que el pensamiento apenas se atreve a imaginar una realidad diferente a la existente. Botero pinta lo que vio en las fotografías. ¿Podía o debía pintar otra cosa? Apenas puede imaginar otra cosa (los gestos del calvario cristiano) pero con ese gesto que no es más que una copia, logra volverse contra esta sociedad que salvajemente se miente, violenta y desgarra a sí misma.

Bibliografía.

Adorno, Theodor (1983): Teoría estética, Orbis, Barcelona.

Adorno, Theodor y Horkeimer, Max (2001): Dialéctica de la ilustración. Fragmentos filosóficos. Trotta, Madrid.

Benjamin, Walter (2007): “Sobre algunos temas en Baudelaire”, edición electrónica de WWW.philosophia.cl/ Escuela de Filosofía ARCIS.

Berger, John (2000): Modos de ver, G. Gilli, Barcelona.

Buck-Morss, Susan (1995): Dialéctica de la mirada. Walter Benjamin y el proyecto de los Pasajes, Visor, Madrid.

Freud, Sigmund (1997):“Sobre el malestar en la cultura”, en Obras Completas, Losada, Buenos Aires.

Goux, Jean-Joseph (1998): Edipo Filósofo, Biblos, Buenos Aires.

Grüner, Eduardo (2005): El fin de las pequeñas historias. De los estudios culturales al retorno (imposible) de lo trágico, Paidos, Buenos Aires.

Jameson, Frederik (1999): El giro cultural. Escritos seleccionados sobre el posmodernismo y la sociedad de consumo, Manantial, Buenos Aires.

Tonnies Ferdinand (1947): Comunidad y Sociedad, Losada, Buenos Aires.

jueves, 18 de febrero de 2010

Lo que cuenta y lo que calla Clarín sobre la inseguridad

Por Mariana Malagón.

En este trabajo me propongo analizar la representación que el diario Clarín realiza de lo que se denomina “inseguridad” y confrontar este discurso con otro tipo de análisis que indaga la relación pobreza-delincuencia-policía-política a partir de sus causas sociales profundas. Analizo sólo un artículo que considero representativo del modo en que este diario trata informativamente la cuestión. El objetivo es comprender por qué se genera a nivel periodístico este fenómeno y qué consecuencias sociales acarrea la representación que el medio instala sobre “la inseguridad” al enfatizar solo el horror de la violencia y la tragedia.

Según Martini (2007) a partir del año 1999 se instala en la agenda de los medios el tema de “la inseguridad”. Según esta misma autora La Nación y Clarín, dos diarios líderes del mercado periodístico argentino, aumentan la cantidad de noticias policiales en tapa, pasando de ninguna en 1963 a más de 15 en 1999. Ese mismo año se registran 1.062.241 delitos en todo el país, duplicando la cifra de 1990, que fue de 560.240 (Kessler, 2006). Las estadísticas que publica el gobierno sobre el mismo tema indican cifras en 2002 de 1.340.529, en 2003 de 1.270.725, en 2004 de 1.243.827 y en 2005 de 1.206.946[1].

Se observa un crecimiento importante en el año 2002 y un leve descenso en los años posteriores. Las cifras dan cuenta del crecimiento de la tasa de delincuencia, lo que explica en parte por qué el problema se instaló en los medios. Digo “en parte” porque los medios informan solo sobre algunos pocos casos (especialmente si un “famoso” fue asaltado o si hubo una persona muerta o herida de cierta gravedad). El robo común no es noticia aunque cada tanto los medios publican notas sobre las “olas”, “las espirales” o “las epidemias” de delitos (Centro de Estudios Legales y Sociales: 2007, 225). A partir de 1999 “la inseguridad” es un tema de la agenda periodística que como señala Martini (2007) es tratado irreflexivamente:

“La conmoción dificulta al lector pensar en algo diferente de políticas de control. El producto final, con variantes, puede ser la desinformación. Se trata de un sensacionalismo que explica una visión del mundo: la realidad es un espectáculo que provoca escándalo pero también amedrenta”.

A partir de un caso puntual me interesa analizar la narrativa hegemónica de “la inseguridad”. Planteo como hipótesis que los medios como narrativas de control social contribuyen a crear un imaginario que asevera que el delito es producido por delincuentes que no son parte de la sociedad y que por ello deben ser eliminados de la ciudad. En la línea de análisis de Martín Barbero (1991) considero que los medios no inventan la realidad ni la imponen a la población, sino que pienso que toman elementos que forman parte del imaginario social para construir discursos que a la vez son retomados por la sociedad, en una espiral de creación de significaciones. En este momento los medios masivos son uno de los dispositivos principales de creación de sentido social por el rol que la misma sociedad les asigna como productores de un discurso creíble. La noción de imaginario social tomada de Castoriadis (1993) da cuenta de la capacidad creativa de la sociedad para otorgar sentido y establecer prácticas y saberes sociales. El imaginario social también cumple una función ordenadora porque califica a los hechos a partir de un sistema de valores establecidos. Entonces, considero que es fundamental analizar qué sentidos circulan hoy en los medios para entender cómo se califica hoy al fenómeno de la delincuencia. Se trata de realizar una lectura crítica para que frente a un fenómeno doloroso y altamente preocupante como el analizado, se pueda reflexionar sobre las soluciones que se proponen desde el imaginario hegemónico con el objetivo de evaluar si estas propuestas no son generadoras de más sufrimiento y miedo.

El domingo 24 de agosto del año 2008, el diario Clarín sacó en su portada el siguiente titular: “Denuncian un delito cada 40 minutos en el corazón del GBA”. El cintillo dice: “La inseguridad de todos los días”. La bajada comenta:

“Es el caso de San Martín, una de las zonas más inseguras y pobres del conurbano. En el último mes hubo seis asesinatos brutales y se roban cuatro autos por día. El intendente pidió 100 policías, pero sólo obtuvo 35. Radiografía de un lugar donde vivir es un riesgo”.

Este medio, el de mayor tirada en el país, tiene como principal título una noticia que ubica en la sección “policiales”. Primera cuestión: “la inseguridad de todos los días”, como dice el cintillo que encuadra temáticamente la noticia, no es ni un tema político ni un tema social. En tanto la noticia gira en torno a la cuestión de los delitos, es lógico que el medio lo encuadre como un tema policial. Sin embargo, es necesario pensar: ¿el delito es un tema sólo policial o puede ser analizado como fenómeno social producto de ciertas relaciones de poder instituidas? Quien delinque, comete una infracción a la ley. Como analizó Foucault (2000) existen diferentes modos de castigar a quien infringe la ley. En la época clásica, quien delinquía era castigado corporalmente. Lo que se buscaba era de algún modo la expiación del delito mediante el sufrimiento en el propio cuerpo del delincuente y la ostentación del poder del monarca.

A partir del momento en que empiezan a formarse los estados modernos con el progresivo ascenso al poder de la burguesía, se empieza a reformular esta clase de castigo. Juristas y filósofos bregan por un castigo no corporal que sirviera para reformar -normalizar- al delincuente. Surge entonces la prisión como modo de reencauzar las “almas perdidas” con el objetivo de hacerlas útiles y obedientes. Es entonces cuando se compone la institución policial tal cual la conocemos actualmente. Se trata de un cuerpo de agentes cuya función es vigilar a quienes pueden infringir la ley -los pobres-. La policía forma parte de una cadena de instituciones -la justicia, la penitenciaria- cuya función social es reprimir cualquier tipo de insubordinación a lo establecido legalmente. La policía, tiene según Foucault (1990:133) la siguiente misión: “…garantizar que la gente sobreviva, viva e incluso haga algo más que vivir”. Para este autor lo que la policía hace es a partir del siglo XVIII es controlar a la población. ¿Pero controlar para qué? Pues para que el orden social funcione en torno a la producción, a la circulación y el consumo de los bienes generados en el seno del sistema capitalista. Es la biopolítica o la política de las poblaciones.

Ahora bien, quienes no se acomodan a este orden son castigados no mediante la muerte sino mediante el encierro. Pero, dice Foucault (2000), en este encierro, la mayoría no se normaliza, sino que aprende a delinquir. La prisión es una escuela de la delincuencia. La delincuencia es funcional al sistema capitalista porque por un lado permite castigar a quienes cometen robos menores y de este modo no castigar -o no castigar usualmente- a quienes cometen robos mayores como por ejemplo estafas, contrabandos, negociados de productos ilegales. Los pequeños delincuentes actúan de “pantalla” para esconder las ilegalidades que el propio sistema genera e incluso alienta, en tanto, por ejemplo, contrabandear electrodomésticos es perjudicial para la recaudación del estado pero benéfico en términos de ganancias. Es esencial comprender que lo básico del capitalismo es la generación de dinero a partir de la producción y la venta de bienes en el mercado y su “origen” puede rápidamente transformarse en un dato secundario si no existe una política estatal de control y persecución de las prácticas ilegales de los sectores poderosos.

Además dice Foucault (2000), en la prisión los delincuentes se conectan con otros delincuentes que a la vez los conectan con bandas protegidas por el propio estado y utilizan a los pequeños delincuentes como “soldados” que van al frente y realizan los trabajos más arriesgados. Se puede decir que en las entrañas del propio estado conviven los que hacen la ley y los que violan la ley. Las batallas entre unos y otros son cotidianas y tienen a los delincuentes de las clases pobres como trabajadores a su servicio (ver Tiscornia, 2004). Esta lucha entre los “héroes” del sistema y los corruptos es escenificada en varios programas televisivos que llegan todo el día a los hogares de la población. Series norteamericanas como La ley y el orden y CSI y telenovelas argentinas como Don Juan y su bella dama y Vidas robadas tienen como uno de los temas que forman parte de la trama la corrupción de los agentes del estado. Sin embargo, en estos programas, los policías, jueces o funcionarios corruptos son siempre castigados. La ficción pone en juego y problematiza, con mayor o menor ingenuidad según los casos, el funcionamiento de lo ilícito en el seno del propio estado. Cabe preguntarse si esto que es visto como una anormalidad dentro del propio corazón del sistema es realmente una anormalidad o es parte del propio funcionamiento del sistema. Es conocido el vínculo entre las mafias y el poder político que las protege (Tiscornia 2004). Se trata de un lazo social que se inscribe en una historia y una memoria de relaciones asimétricas de poder que circulan por todo el cuerpo social. En Argentina, aquellos que no integran la red social productiva mueren de hambre o cometen diferentes clases de ilícitos para no perecer. Cuando a fines del siglo XX diferentes grupos comenzaron a organizarse para no morir ni delinquir, la “opinión pública” los estigmatizó bajó el rótulo de “piqueteros”. La imagen que dan los medios de comunicación de estos grupos es la de “vagos” que quieren vivir a costa del estado con planes de subsistencia.

Los efectos de las políticas neoliberales generaron en menos de diez años niveles de pobreza e indigencia jamás sufridos en Argentina. La ruptura de las tradiciones organizativas de los sectores populares a través de una historia de trabajo y sindicalización se quebró abruptamente. Como han analizado diversos autores (Kessler, 2006, Miguez, 2004) frente a la pérdida de estabilidad y seguridad laboral, algunos sectores de las poblaciones más desfavorecidas optaron por incurrir en delitos contra la propiedad privada como modo de subsistencia social. Como ha señalado Pegoraro (2008), el delito en general no disuelve el lazo social, sino que crea “nuevos lazos sociales” que son funcionales al sistema. En el caso de los robos ocurridos en los últimos años en Argentina, la institución policial ha permitido tácita o implícitamente que ciertos delincuentes roben para luego llevarse parte del botín. Esto abre una brecha dentro de los sectores populares: quienes tienen permiso para robar y quienes sufren los propios robos (Pegoraro 2004). Este tipo de “acuerdos” ha llevado a que se relacione pobreza con delincuencia, lo que genera una estigmatización hacia los sectores populares. Sin embargo, solo son estigmatizados los sectores populares y no la institución policial ni la clase política dirigente que permite este tipo de prácticas. Considero que es esta situación la que ha generado que dentro de los sectores populares se vea a los delincuentes como enemigos ya que en el lapso de pocos años -desde los años setenta hasta comienzos de la década del noventa-, la situación social cambió abruptamente.

Me parece que este cambio impidió cualquier tipo de simbolización o captura discursiva que permitiese procesar los cambios generados en el marco del terrorismo de estado que aniquiló la solidaridad de los sectores populares (Alvarez, 2007) y que permitió la implementación de las políticas neoliberales. El pedido desde los sectores populares de “mano dura” se genera por la falta de respuestas adecuadas desde la propia sociedad en su conjunto para impedir que estos lazos sociales perversos se generen y regeneren continuamente. Lo nefasto es que desde dentro de los sectores populares se crea al enemigo social a eliminar: jóvenes sin estudio ni trabajo que son la mano de obra disponible de políticos y policías. Estos jóvenes pueden morir o ir presos porque son “enemigos sociales” que la propia sociedad descarta. En el imaginario social se ha creado la idea de que existen jóvenes -varones, morochos, pobres, drogadictos (ver Daroqui, 2003)- a los que se puede asesinar o expulsar del sistema porque no son seres humanos como todos. Estos jóvenes, según el imaginario dominante que se ha impuesto en las clases populares, son animales y por ello se los puede asesinar. Este discurso racista es el que actualmente se está imponiendo en la sociedad argentina y diarios como Clarín contribuyen cotidianamente para que este discurso se imponga. No se plantea que toda la sociedad piense de este modo, sino que se esta gestando un discurso peligrosamente racista que legitima la persecución, el encierro y el asesinato.

Clarín es un exponente claro de lo que los medios de comunicación construyen como el “problema de la inseguridad”. Clarín pertenece al multimedios Clarín y ha encabezado informativamente en los últimos años el tema de la “inseguridad” (aunque otros medios también utilizan este cintillo). Claramente este multimedios ha tematizado este fenómeno, en el sentido que le da Rodrigo Alsina (1993). Este autor señala que los medios seleccionan, tematizan y jerarquizan la información para convertir algún suceso en noticia. El proceso de tematización permite identificar en la agenda periodística un fenómeno a partir de ciertas características que lo identifican como positivo, negativo, problemático, llamativo, etcétera.

Si bien es cierto que las noticias policiales siempre han sido parte de la información (Ford: 1990), lo cierto es que en los últimos años estos sucesos figuran como “inseguridad”, tematizando la cuestión policial bajo este rótulo. Esta manera de denominar a las infracciones a la ley (robos, secuestros extorsivos, asesinatos, golpizas, principalmente) también los ha jerarquizado de un modo particular en tanto adquieren otra relevancia. La palabra “inseguridad” da cuenta de aquello que no es seguro. ¿Pero qué es lo seguro? Castel (2008) plantea que ninguna sociedad ni grupo es “seguro”. Siempre existe algún tipo de peligro que acecha, ya sea desde el interior o el exterior. Lo que sucede es que a partir de la aparición de lo que Castel denomina “sociedad salarial”, las relaciones sociales se han ido enmarcando en una serie de lazos laborales, sociales, económicos, culturales y políticos que cubrían al individuo de la degradación que genera la pobreza (falta de atención médica, mala alimentación, problemas de vivienda, falta de educación, etcétera). Sin embargo, esta búsqueda de seguridad plantea la paradoja de que el individuo y la sociedad buscan cada vez mayor seguridad. Por otro lado, las políticas neoliberales que han generado una creciente descolectivización (Castel, 2008) provocan que el individuo quede privado en mayor o menor medida, según los casos, de los reaseguros que le brindaba la sociedad salarial. Esta nueva situación social genera “la sensación de inseguridad”. Sin embargo, lo que es percibido como inseguridad no es esta situación sino el aumento de la inseguridad civil: la violación a la propiedad privada, propiedad que incluye a la vida humana como el bien propio por excelencia.

Los robos y los asesinatos ocurridos en la vía pública o dentro de los hogares cometidos por extraños son las principales causas de lo que es percibido como “inseguridad”. La violencia doméstica, lo que los medios suelen llamar “crímenes pasionales”, los distintos tipos de crímenes perpetrados contra la víctima por familiares o amigos, las estafas y fraudes privados y los delitos de corrupción contra el aparato estatal no forman parte del cintillo “inseguridad”. Los victimarios son desconocidos, personas que no forman parte de los círculos que las víctimas frecuentan. La noticia de Clarín comienza de este modo:

“Barrios de casas ostentosas rodeados de asentamientos precarios. Maestros de colegios primarios desesperados porque no saben cómo incentivar a muchos de sus alumnos para que no salgan a robar. Más del 12 por ciento de la población bajo la línea de pobreza, repartida entre 60 villas”.

En esta cita se ve que el medio empieza tratando el tema de un modo sociológico. Se describe luego la situación económico-social y se citan testimonios de los vecinos, de la policía, del intendente y del director de seguridad de San Martín. Cuestión fundamental para el análisis: los que roban son los que viven en asentamientos y villas. Quienes viven allí no son vecinos sino “ladrones”, cifras estadísticas” o no tiene denominación. Quienes más sufren la inseguridad son los propios habitantes de los barrios más desfavorecidos (Pegoraro, 2004). Sin embargo las voces de estas personas no aparecen en la noticia. Quienes testimonian son vecinos de Villa Ballester que viven a pocas cuadras de las villas o en calles linderas. La fotografía que ilustra el artículo muestra a una mujer, detrás de las rejas de un kiosco con cara de resignada y cansada; el epígrafe dice: “Crece la queja de los vecinos”.

El artículo construye la información enfatizando el tema de la ausencia de policía que vigile la zona. Informa que “…unos 3.000 vecinos de San Martín se movilizaron el viernes 8 de este mes y le entregaron al intendente Ricardo Ivoskus un petitorio solicitando mayor presencia policial”. La palabra del intendente es tomada a partir de esta misma cuestión: “El intendente Ivoskus cree que con más policías se van a controlar mejor las calles, pero asegura que la solución es más profunda”. Dice el propio intendente, según cita Clarín: “Lo fundamental sería recupera la parte social”. Otro testimonio es el de una mujer que trabaja en la Biblioteca Popular del barrio que ya fue saqueada por ladrones que se llevaron las computadoras, según el diario. Cuenta esta persona:

“ ‘Acá la mayoría de los chicos dejan la escuela entre los 10 y los 11 años y cada vez es peor porque se drogan desde muy chiquitos. Los maestros no encuentran forma de incentivarlos y lograr que sigan estudiando. Pero los padres no colaboran en nada, y así salen a robar. En el último año dos de los chicos que hacían actividades con nosotros salieron a robar y les fue mal. A uno lo mataron y el otro esta preso’, cuenta Stella Maris mientras le muestra a Clarín una foto de ella con el chico asesinado”.

Por un lado está la figura “del vecino integrado” que es solidario con los no integrados, que no son vecinos, sino “chicos”, “padres”, “ladrones”, “drogadictos”. Por otro lado esta Clarín, que registra y divulga la situación. También hay una foto que testimonia el vínculo entre los integrados y los excluidos y que ilustra los modos en que ciertos sectores intentan asistir a los chicos y jóvenes. El estilo del artículo y su remate son trágicos: la situación de desorden y caos social conducen a la muerte, tanto de quienes sufren los asaltos como de quienes los llevan a cabo. Lo trágico es lo fatal, lo que no tiene solución porque el destino dirige la vida de los hombres. El concepto de tragedia alude a que los dioses manejan los destinos. ¿Pero quiénes son estos dioses, cuáles son los poderes supraterrenales que actúan más allá de la voluntad de la policía, el secretario de seguridad, el intendente, los vecinos y los propios marginados? El artículo deja en suspenso cualquier atribución de responsabilidades aunque deja entrever que la situación de pobreza y marginación es una de las causas del problema.

Un medio de comunicación no tiene por qué explicar de quiénes son las responsabilidades sociales y cuáles son las políticas sociales adecuadas. Sin embargo, sí tiene una responsabilidad social en función del rol que juega en tanto intérprete y difusor de los hechos sociales de relevancia pública que selecciona. Esta cuestión plantea en realidad un problema social fundamental porque en realidad debe discutirse públicamente cuál es el rol de los medios. Los medios privados son empresas que venden información y esta información debe ser veraz, exacta y éticamente responsablemente. Este último punto es complejo, porque tiene que ver con las definiciones sobre qué es lo ético. En el caso puntual de análisis que estoy tratando, lo ético se vincula directamente con el imperativo de no excluir y estigmatizar simbólicamente (ver Champagne, 2000) a sectores y actores sociales que por su situación estructural se hallan en una situación de vulnerabilidad tal que ni siquiera logran atender sus necesidades básicas orgánicas. El periodismo no puede contribuir a denigrar, culpar y castigar a los sectores sociales más desfavorecidos que son víctimas de las políticas gubernamentales de criminalización de la pobreza. Un diario de alcance nacional como Clarín, no puede instalar simbólicamente la idea de que las villas que nombra textualmente “son las más conflictivas” (18, Corea, La Tranquila, La Rana, La Valle y los alrededores de la estación de trenes de Ballester).

El problema sobre la construcción de la información que estoy planteando es sumamente complejo porque los medios por sus rutinas informativas recogen la información a partir de los testimonios de los diferentes actores involucrados. Lo importante es entonces tener en cuenta a quién se entrevista y cómo se jerarquiza la voz de los diferentes actores sociales. En el caso del artículo analizado, los vecinos e incluso el intendente, aparecen como víctimas de las personas que viven en las villas y piden ser protegidos por la policía, que es insuficiente ya que el ministro de Seguridad provincial “…prometió enviar 100 policías para reforzar la seguridad. Sin embargo, una fuente policial local le dijo a Clarín que hasta ahora sólo llegaron 35”. Frente a la problemática de los robos y los asesinatos, el medio construye la información a partir de ciertos testimonios que subrayan la necesidad del control policial. Las palabras del intendente, que señalan la necesidad “de recuperar la parte social” quedan diluidas y son jerarquizadas como poco importantes, ya que figuran en el párrafo 13 del artículo. Sin embargo, es importante tener en cuenta que si en el artículo se jerarquiza la cuestión de la falta de control y el miedo que esto genera, también aparece las voces de vecinos que intentan integrar a los chicos de las villas -aunque sin resultados positivos- y también se señala la cuestión de la pobreza. Pero relacionar “pobreza” y “delincuencia” refuerza la estigmatización hacia los sectores económicamente más vulnerables. De todos modos, considero que el artículo intenta articular otra explicación, de tipo sociológica, para explicar la emergencia de los robos y los asesinatos. Digo “intenta” porque tampoco explica ni tiene interés en desarrollar este tipo de análisis, en parte porque el artículo puede encuadrarse dentro del género de la crónica[2] y en parte por una postura política del diario.

Entonces, plantear la cuestión de la ética en los medios de comunicación es problematizar su lugar social en el espacio público. Los medios, como constructores de lo cultural, asumen posiciones políticas en tanto esgrimen posturas que defienden modelos de orden o control social. Observo que con respecto a la cuestión de la seguridad, el diario Clarín adhiere al modelo según el cual los sectores “peligrosos” deben ser controlados, castigados y expulsados no al exterior de la sociedad sino a su interior más terrorífico: la cárcel.

En este círculo vicioso de construcción de significaciones, diarios como Clarín, cumplen el rol de reproducir los discursos del miedo, del horror, del control, de la persecución, del castigo, de la mano dura, de la desconfianza, de la sospecha y principalmente de la estigmatización hacia los sectores populares. Al tomar las voces de quienes fueron víctimas de robos y asesinatos, se toma solo la parte del horror. No es que estos testimonios no deban ser tomados. El tema es cómo son tomados y para qué. Desde el impacto de la tragedia y el miedo, solo se puede construir un discurso del espanto y la venganza. La víctima queda paralizada luego de la violencia perpetrada. Es este horror el que se representa[3]. ¿Pero tiene sentido para la sociedad representar esto o vale más intentar comprender las conexiones políticas, sociales y culturales que explican esta situación de catástrofe social llamada “inseguridad” por los medios?

Es imprescindible que los medios masivos de comunicación como el diario Clarín modifiquen su discurso sobre la inseguridad en tanto retoman ciertos discursos que circulan en la sociedad legitimándolos y amplificándolos. Y al legitimar y amplificar el discurso que estigmatiza a las clases populares y oculta la connivencia de la policía y el poder político con la delincuencia el diario no sólo sostiene un discurso hegemónico represivo y racista sino que también colabora para que se perpetúen lazos sociales perversos como los ya descriptos.

La sociedad en su conjunto debe replantearse estas tramas perversas y el periodismo debe informar sobre esta cuestión para no ser cómplice del verdadero problema de “la inseguridad”. Porque “la inseguridad” es generada por la degradación social y simbólica que lleva a que ciertos sectores de las clases populares sean la mano de obra barata de ciertos grupos de poder. “La inseguridad” es no saber qué está pasando y por qué. Esto es lo que los medios no pueden llegar a registrar. Este desconocimiento de las causas profundas es lo que hace que la población se sienta insegura. Medios como Clarín retoman este discurso que circula socialmente, convirtiéndose en cómplices de las tramas de poder que se benefician de esta ignorancia social.

El discurso sobre la inseguridad no solo trae más miedo a la población sino que también impide imaginar un horizonte de igualdad y justicia social en el que estén incluidos todos los sectores sociales. Para ello es urgente que los medios dejen de lado los discursos del horror y la paranoia y permitan que se difundan otras voces. Es necesario que circulen discursos que propongan no el castigo y la persecución sino la implementación de acciones que desde la sociedad civil y desde el estado propicien la inclusión no solo material sino también simbólica de aquellos sectores que desde el discurso hegemónico excluyente son presentados como “carentes de cultura” y por ende como sujetos que no pueden ser ciudadanos. Abrir el juego y permitir la circulación de voces y discursos que ayuden a imaginar y recrear simbólicamente otra realidad social es uno de los comienzos posibles para cambiar el discurso del miedo por el discurso de la esperanza. Considero este es el rol que los medios masivos de comunicación deben cumplir en una sociedad democrática.

Bibliografía.

Alvarez, Raúl Néstor (2007): “Jugar de argentinos. Productividad del poder durante el terrorismo de Estado”, ponencia presentada en las VII Jornadas Nacionales de Filosofía y Ciencia Política, 21 al 24 de noviembre de 2007, Facultad de Derecho, Universidad Nacional de Mar del Plata.

Castel, Robert (2008): La inseguridad social. ¿Qué es estar protegido?, Manantial, Buenos Aires.

Castoriadis, Cornelius (1993): La institución imaginaria de la sociedad, Tusquets, Buenos Aires.

Champagne, Patrick (2000): “La visión mediática” en Bourdieu, Pierre, La miseria del mundo, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.

Centro de Estudios Legales y Sociales (2007): http://www.cels.org.ar/common/documentos/informe_anual_2007.pdf

Daroqui, Alicia (2003): “Las inseguridades perdidas” en http://www.argumentos.fsoc.uba.ar

Ford, Aníbal (1990): “Literatura, crónica y periodismo” en Ford, Aníbal, Jorge B. Rivera y Romano, Eduardo: Medios de Comunicación y cultura popular, Legasa, Buenos Aires.

Foucault, Michel (2000): Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión, Siglo Veintiuno, México.

-------------------- (1990): Tecnologías del yo, Paidós, Barcelona.

Kaufman, Alejandro (2005): “Cromañon: crítica de la sinrazón doliente”, en http://www.rayandolosconfines.com.ar/cromanon.html

Kessler, Gabriel (2006): Sociología del delito amateur, Paidós, Buenos Aires.

Martin Barbero, Jesús (1991): De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía, G.Gilli, México.

Martini, Stella (2007): “La prensa gráfica argentina: reflexiones sobre la calidad periodística, la información ‘socialmente necesaria’ y la participación ciudadana en las agendas sobre el delito” en www.diariossobrediarios.com.ar/dsd/images/martini.pdf

------------------ (2000): Periodismo, noticia y noticiabilidad, Norma, Buenos Aires.

Miguez, Daniel (2004): Los pibes chorros. Estigma y marginación, Capital Intelectual, Buenos Aires.

Pegoraro, Juan (2008): “La trama social de las inseguridades como lazo social”, en http://www.insumisos.com/lecturasinsumisas/trama_social_ilegalidades.pdf

------------------ (2004): “Resonancias y silencios sobre la inseguridad”, en http://www.argumentos.fsoc.uba.ar

Rodrigo Alsina, Miguel (1993): La construcción de la noticia, Paidós, Barcelona.

Tiscornia, Sofía (2004): “Desocultar la verdad”, en Revista Encrucijadas n.25, Buenos Aires, UBA, Abril de 2004.



[1] Datos extraídos de http://www.indec.mecon.ar/ No hay datos oficiales de los años 2006 y 2007.

[2] La crónica es un relato cronológico de los acontecimientos, que va desarrollando los sucesos tal cual se fueron desarrollando. No es una nota de investigación ni un reportaje a un actor implicado.

[3] Me parece fundamental para pensar cómo se puede reflexionar sobre lo doloroso y lo trágico esta cita de Kaufman (2005): “Cualquier reflexión requiere condiciones de tranquilidad y una atmósfera propicia no relacionada con la felicidad: también se reflexiona alrededor del dolor, la tragedia y la desgracia. Sin embargo, la actividad reflexiva sólo puede tener lugar en forma independiente y libre respecto de toda circunstancia vinculada directamente con el dolor. Esto se verifica con las circunstancias más horrorosas y desgraciadas de que se trate. Las lágrimas podrán nublar la visión y la voz podrá temblar, pero incluso el testimonio requiere, para verse en condiciones de ser otorgado, el mayor dominio posible sobre el dolor y sobre la ira”.