jueves, 18 de febrero de 2010

Lo que cuenta y lo que calla Clarín sobre la inseguridad

Por Mariana Malagón.

En este trabajo me propongo analizar la representación que el diario Clarín realiza de lo que se denomina “inseguridad” y confrontar este discurso con otro tipo de análisis que indaga la relación pobreza-delincuencia-policía-política a partir de sus causas sociales profundas. Analizo sólo un artículo que considero representativo del modo en que este diario trata informativamente la cuestión. El objetivo es comprender por qué se genera a nivel periodístico este fenómeno y qué consecuencias sociales acarrea la representación que el medio instala sobre “la inseguridad” al enfatizar solo el horror de la violencia y la tragedia.

Según Martini (2007) a partir del año 1999 se instala en la agenda de los medios el tema de “la inseguridad”. Según esta misma autora La Nación y Clarín, dos diarios líderes del mercado periodístico argentino, aumentan la cantidad de noticias policiales en tapa, pasando de ninguna en 1963 a más de 15 en 1999. Ese mismo año se registran 1.062.241 delitos en todo el país, duplicando la cifra de 1990, que fue de 560.240 (Kessler, 2006). Las estadísticas que publica el gobierno sobre el mismo tema indican cifras en 2002 de 1.340.529, en 2003 de 1.270.725, en 2004 de 1.243.827 y en 2005 de 1.206.946[1].

Se observa un crecimiento importante en el año 2002 y un leve descenso en los años posteriores. Las cifras dan cuenta del crecimiento de la tasa de delincuencia, lo que explica en parte por qué el problema se instaló en los medios. Digo “en parte” porque los medios informan solo sobre algunos pocos casos (especialmente si un “famoso” fue asaltado o si hubo una persona muerta o herida de cierta gravedad). El robo común no es noticia aunque cada tanto los medios publican notas sobre las “olas”, “las espirales” o “las epidemias” de delitos (Centro de Estudios Legales y Sociales: 2007, 225). A partir de 1999 “la inseguridad” es un tema de la agenda periodística que como señala Martini (2007) es tratado irreflexivamente:

“La conmoción dificulta al lector pensar en algo diferente de políticas de control. El producto final, con variantes, puede ser la desinformación. Se trata de un sensacionalismo que explica una visión del mundo: la realidad es un espectáculo que provoca escándalo pero también amedrenta”.

A partir de un caso puntual me interesa analizar la narrativa hegemónica de “la inseguridad”. Planteo como hipótesis que los medios como narrativas de control social contribuyen a crear un imaginario que asevera que el delito es producido por delincuentes que no son parte de la sociedad y que por ello deben ser eliminados de la ciudad. En la línea de análisis de Martín Barbero (1991) considero que los medios no inventan la realidad ni la imponen a la población, sino que pienso que toman elementos que forman parte del imaginario social para construir discursos que a la vez son retomados por la sociedad, en una espiral de creación de significaciones. En este momento los medios masivos son uno de los dispositivos principales de creación de sentido social por el rol que la misma sociedad les asigna como productores de un discurso creíble. La noción de imaginario social tomada de Castoriadis (1993) da cuenta de la capacidad creativa de la sociedad para otorgar sentido y establecer prácticas y saberes sociales. El imaginario social también cumple una función ordenadora porque califica a los hechos a partir de un sistema de valores establecidos. Entonces, considero que es fundamental analizar qué sentidos circulan hoy en los medios para entender cómo se califica hoy al fenómeno de la delincuencia. Se trata de realizar una lectura crítica para que frente a un fenómeno doloroso y altamente preocupante como el analizado, se pueda reflexionar sobre las soluciones que se proponen desde el imaginario hegemónico con el objetivo de evaluar si estas propuestas no son generadoras de más sufrimiento y miedo.

El domingo 24 de agosto del año 2008, el diario Clarín sacó en su portada el siguiente titular: “Denuncian un delito cada 40 minutos en el corazón del GBA”. El cintillo dice: “La inseguridad de todos los días”. La bajada comenta:

“Es el caso de San Martín, una de las zonas más inseguras y pobres del conurbano. En el último mes hubo seis asesinatos brutales y se roban cuatro autos por día. El intendente pidió 100 policías, pero sólo obtuvo 35. Radiografía de un lugar donde vivir es un riesgo”.

Este medio, el de mayor tirada en el país, tiene como principal título una noticia que ubica en la sección “policiales”. Primera cuestión: “la inseguridad de todos los días”, como dice el cintillo que encuadra temáticamente la noticia, no es ni un tema político ni un tema social. En tanto la noticia gira en torno a la cuestión de los delitos, es lógico que el medio lo encuadre como un tema policial. Sin embargo, es necesario pensar: ¿el delito es un tema sólo policial o puede ser analizado como fenómeno social producto de ciertas relaciones de poder instituidas? Quien delinque, comete una infracción a la ley. Como analizó Foucault (2000) existen diferentes modos de castigar a quien infringe la ley. En la época clásica, quien delinquía era castigado corporalmente. Lo que se buscaba era de algún modo la expiación del delito mediante el sufrimiento en el propio cuerpo del delincuente y la ostentación del poder del monarca.

A partir del momento en que empiezan a formarse los estados modernos con el progresivo ascenso al poder de la burguesía, se empieza a reformular esta clase de castigo. Juristas y filósofos bregan por un castigo no corporal que sirviera para reformar -normalizar- al delincuente. Surge entonces la prisión como modo de reencauzar las “almas perdidas” con el objetivo de hacerlas útiles y obedientes. Es entonces cuando se compone la institución policial tal cual la conocemos actualmente. Se trata de un cuerpo de agentes cuya función es vigilar a quienes pueden infringir la ley -los pobres-. La policía forma parte de una cadena de instituciones -la justicia, la penitenciaria- cuya función social es reprimir cualquier tipo de insubordinación a lo establecido legalmente. La policía, tiene según Foucault (1990:133) la siguiente misión: “…garantizar que la gente sobreviva, viva e incluso haga algo más que vivir”. Para este autor lo que la policía hace es a partir del siglo XVIII es controlar a la población. ¿Pero controlar para qué? Pues para que el orden social funcione en torno a la producción, a la circulación y el consumo de los bienes generados en el seno del sistema capitalista. Es la biopolítica o la política de las poblaciones.

Ahora bien, quienes no se acomodan a este orden son castigados no mediante la muerte sino mediante el encierro. Pero, dice Foucault (2000), en este encierro, la mayoría no se normaliza, sino que aprende a delinquir. La prisión es una escuela de la delincuencia. La delincuencia es funcional al sistema capitalista porque por un lado permite castigar a quienes cometen robos menores y de este modo no castigar -o no castigar usualmente- a quienes cometen robos mayores como por ejemplo estafas, contrabandos, negociados de productos ilegales. Los pequeños delincuentes actúan de “pantalla” para esconder las ilegalidades que el propio sistema genera e incluso alienta, en tanto, por ejemplo, contrabandear electrodomésticos es perjudicial para la recaudación del estado pero benéfico en términos de ganancias. Es esencial comprender que lo básico del capitalismo es la generación de dinero a partir de la producción y la venta de bienes en el mercado y su “origen” puede rápidamente transformarse en un dato secundario si no existe una política estatal de control y persecución de las prácticas ilegales de los sectores poderosos.

Además dice Foucault (2000), en la prisión los delincuentes se conectan con otros delincuentes que a la vez los conectan con bandas protegidas por el propio estado y utilizan a los pequeños delincuentes como “soldados” que van al frente y realizan los trabajos más arriesgados. Se puede decir que en las entrañas del propio estado conviven los que hacen la ley y los que violan la ley. Las batallas entre unos y otros son cotidianas y tienen a los delincuentes de las clases pobres como trabajadores a su servicio (ver Tiscornia, 2004). Esta lucha entre los “héroes” del sistema y los corruptos es escenificada en varios programas televisivos que llegan todo el día a los hogares de la población. Series norteamericanas como La ley y el orden y CSI y telenovelas argentinas como Don Juan y su bella dama y Vidas robadas tienen como uno de los temas que forman parte de la trama la corrupción de los agentes del estado. Sin embargo, en estos programas, los policías, jueces o funcionarios corruptos son siempre castigados. La ficción pone en juego y problematiza, con mayor o menor ingenuidad según los casos, el funcionamiento de lo ilícito en el seno del propio estado. Cabe preguntarse si esto que es visto como una anormalidad dentro del propio corazón del sistema es realmente una anormalidad o es parte del propio funcionamiento del sistema. Es conocido el vínculo entre las mafias y el poder político que las protege (Tiscornia 2004). Se trata de un lazo social que se inscribe en una historia y una memoria de relaciones asimétricas de poder que circulan por todo el cuerpo social. En Argentina, aquellos que no integran la red social productiva mueren de hambre o cometen diferentes clases de ilícitos para no perecer. Cuando a fines del siglo XX diferentes grupos comenzaron a organizarse para no morir ni delinquir, la “opinión pública” los estigmatizó bajó el rótulo de “piqueteros”. La imagen que dan los medios de comunicación de estos grupos es la de “vagos” que quieren vivir a costa del estado con planes de subsistencia.

Los efectos de las políticas neoliberales generaron en menos de diez años niveles de pobreza e indigencia jamás sufridos en Argentina. La ruptura de las tradiciones organizativas de los sectores populares a través de una historia de trabajo y sindicalización se quebró abruptamente. Como han analizado diversos autores (Kessler, 2006, Miguez, 2004) frente a la pérdida de estabilidad y seguridad laboral, algunos sectores de las poblaciones más desfavorecidas optaron por incurrir en delitos contra la propiedad privada como modo de subsistencia social. Como ha señalado Pegoraro (2008), el delito en general no disuelve el lazo social, sino que crea “nuevos lazos sociales” que son funcionales al sistema. En el caso de los robos ocurridos en los últimos años en Argentina, la institución policial ha permitido tácita o implícitamente que ciertos delincuentes roben para luego llevarse parte del botín. Esto abre una brecha dentro de los sectores populares: quienes tienen permiso para robar y quienes sufren los propios robos (Pegoraro 2004). Este tipo de “acuerdos” ha llevado a que se relacione pobreza con delincuencia, lo que genera una estigmatización hacia los sectores populares. Sin embargo, solo son estigmatizados los sectores populares y no la institución policial ni la clase política dirigente que permite este tipo de prácticas. Considero que es esta situación la que ha generado que dentro de los sectores populares se vea a los delincuentes como enemigos ya que en el lapso de pocos años -desde los años setenta hasta comienzos de la década del noventa-, la situación social cambió abruptamente.

Me parece que este cambio impidió cualquier tipo de simbolización o captura discursiva que permitiese procesar los cambios generados en el marco del terrorismo de estado que aniquiló la solidaridad de los sectores populares (Alvarez, 2007) y que permitió la implementación de las políticas neoliberales. El pedido desde los sectores populares de “mano dura” se genera por la falta de respuestas adecuadas desde la propia sociedad en su conjunto para impedir que estos lazos sociales perversos se generen y regeneren continuamente. Lo nefasto es que desde dentro de los sectores populares se crea al enemigo social a eliminar: jóvenes sin estudio ni trabajo que son la mano de obra disponible de políticos y policías. Estos jóvenes pueden morir o ir presos porque son “enemigos sociales” que la propia sociedad descarta. En el imaginario social se ha creado la idea de que existen jóvenes -varones, morochos, pobres, drogadictos (ver Daroqui, 2003)- a los que se puede asesinar o expulsar del sistema porque no son seres humanos como todos. Estos jóvenes, según el imaginario dominante que se ha impuesto en las clases populares, son animales y por ello se los puede asesinar. Este discurso racista es el que actualmente se está imponiendo en la sociedad argentina y diarios como Clarín contribuyen cotidianamente para que este discurso se imponga. No se plantea que toda la sociedad piense de este modo, sino que se esta gestando un discurso peligrosamente racista que legitima la persecución, el encierro y el asesinato.

Clarín es un exponente claro de lo que los medios de comunicación construyen como el “problema de la inseguridad”. Clarín pertenece al multimedios Clarín y ha encabezado informativamente en los últimos años el tema de la “inseguridad” (aunque otros medios también utilizan este cintillo). Claramente este multimedios ha tematizado este fenómeno, en el sentido que le da Rodrigo Alsina (1993). Este autor señala que los medios seleccionan, tematizan y jerarquizan la información para convertir algún suceso en noticia. El proceso de tematización permite identificar en la agenda periodística un fenómeno a partir de ciertas características que lo identifican como positivo, negativo, problemático, llamativo, etcétera.

Si bien es cierto que las noticias policiales siempre han sido parte de la información (Ford: 1990), lo cierto es que en los últimos años estos sucesos figuran como “inseguridad”, tematizando la cuestión policial bajo este rótulo. Esta manera de denominar a las infracciones a la ley (robos, secuestros extorsivos, asesinatos, golpizas, principalmente) también los ha jerarquizado de un modo particular en tanto adquieren otra relevancia. La palabra “inseguridad” da cuenta de aquello que no es seguro. ¿Pero qué es lo seguro? Castel (2008) plantea que ninguna sociedad ni grupo es “seguro”. Siempre existe algún tipo de peligro que acecha, ya sea desde el interior o el exterior. Lo que sucede es que a partir de la aparición de lo que Castel denomina “sociedad salarial”, las relaciones sociales se han ido enmarcando en una serie de lazos laborales, sociales, económicos, culturales y políticos que cubrían al individuo de la degradación que genera la pobreza (falta de atención médica, mala alimentación, problemas de vivienda, falta de educación, etcétera). Sin embargo, esta búsqueda de seguridad plantea la paradoja de que el individuo y la sociedad buscan cada vez mayor seguridad. Por otro lado, las políticas neoliberales que han generado una creciente descolectivización (Castel, 2008) provocan que el individuo quede privado en mayor o menor medida, según los casos, de los reaseguros que le brindaba la sociedad salarial. Esta nueva situación social genera “la sensación de inseguridad”. Sin embargo, lo que es percibido como inseguridad no es esta situación sino el aumento de la inseguridad civil: la violación a la propiedad privada, propiedad que incluye a la vida humana como el bien propio por excelencia.

Los robos y los asesinatos ocurridos en la vía pública o dentro de los hogares cometidos por extraños son las principales causas de lo que es percibido como “inseguridad”. La violencia doméstica, lo que los medios suelen llamar “crímenes pasionales”, los distintos tipos de crímenes perpetrados contra la víctima por familiares o amigos, las estafas y fraudes privados y los delitos de corrupción contra el aparato estatal no forman parte del cintillo “inseguridad”. Los victimarios son desconocidos, personas que no forman parte de los círculos que las víctimas frecuentan. La noticia de Clarín comienza de este modo:

“Barrios de casas ostentosas rodeados de asentamientos precarios. Maestros de colegios primarios desesperados porque no saben cómo incentivar a muchos de sus alumnos para que no salgan a robar. Más del 12 por ciento de la población bajo la línea de pobreza, repartida entre 60 villas”.

En esta cita se ve que el medio empieza tratando el tema de un modo sociológico. Se describe luego la situación económico-social y se citan testimonios de los vecinos, de la policía, del intendente y del director de seguridad de San Martín. Cuestión fundamental para el análisis: los que roban son los que viven en asentamientos y villas. Quienes viven allí no son vecinos sino “ladrones”, cifras estadísticas” o no tiene denominación. Quienes más sufren la inseguridad son los propios habitantes de los barrios más desfavorecidos (Pegoraro, 2004). Sin embargo las voces de estas personas no aparecen en la noticia. Quienes testimonian son vecinos de Villa Ballester que viven a pocas cuadras de las villas o en calles linderas. La fotografía que ilustra el artículo muestra a una mujer, detrás de las rejas de un kiosco con cara de resignada y cansada; el epígrafe dice: “Crece la queja de los vecinos”.

El artículo construye la información enfatizando el tema de la ausencia de policía que vigile la zona. Informa que “…unos 3.000 vecinos de San Martín se movilizaron el viernes 8 de este mes y le entregaron al intendente Ricardo Ivoskus un petitorio solicitando mayor presencia policial”. La palabra del intendente es tomada a partir de esta misma cuestión: “El intendente Ivoskus cree que con más policías se van a controlar mejor las calles, pero asegura que la solución es más profunda”. Dice el propio intendente, según cita Clarín: “Lo fundamental sería recupera la parte social”. Otro testimonio es el de una mujer que trabaja en la Biblioteca Popular del barrio que ya fue saqueada por ladrones que se llevaron las computadoras, según el diario. Cuenta esta persona:

“ ‘Acá la mayoría de los chicos dejan la escuela entre los 10 y los 11 años y cada vez es peor porque se drogan desde muy chiquitos. Los maestros no encuentran forma de incentivarlos y lograr que sigan estudiando. Pero los padres no colaboran en nada, y así salen a robar. En el último año dos de los chicos que hacían actividades con nosotros salieron a robar y les fue mal. A uno lo mataron y el otro esta preso’, cuenta Stella Maris mientras le muestra a Clarín una foto de ella con el chico asesinado”.

Por un lado está la figura “del vecino integrado” que es solidario con los no integrados, que no son vecinos, sino “chicos”, “padres”, “ladrones”, “drogadictos”. Por otro lado esta Clarín, que registra y divulga la situación. También hay una foto que testimonia el vínculo entre los integrados y los excluidos y que ilustra los modos en que ciertos sectores intentan asistir a los chicos y jóvenes. El estilo del artículo y su remate son trágicos: la situación de desorden y caos social conducen a la muerte, tanto de quienes sufren los asaltos como de quienes los llevan a cabo. Lo trágico es lo fatal, lo que no tiene solución porque el destino dirige la vida de los hombres. El concepto de tragedia alude a que los dioses manejan los destinos. ¿Pero quiénes son estos dioses, cuáles son los poderes supraterrenales que actúan más allá de la voluntad de la policía, el secretario de seguridad, el intendente, los vecinos y los propios marginados? El artículo deja en suspenso cualquier atribución de responsabilidades aunque deja entrever que la situación de pobreza y marginación es una de las causas del problema.

Un medio de comunicación no tiene por qué explicar de quiénes son las responsabilidades sociales y cuáles son las políticas sociales adecuadas. Sin embargo, sí tiene una responsabilidad social en función del rol que juega en tanto intérprete y difusor de los hechos sociales de relevancia pública que selecciona. Esta cuestión plantea en realidad un problema social fundamental porque en realidad debe discutirse públicamente cuál es el rol de los medios. Los medios privados son empresas que venden información y esta información debe ser veraz, exacta y éticamente responsablemente. Este último punto es complejo, porque tiene que ver con las definiciones sobre qué es lo ético. En el caso puntual de análisis que estoy tratando, lo ético se vincula directamente con el imperativo de no excluir y estigmatizar simbólicamente (ver Champagne, 2000) a sectores y actores sociales que por su situación estructural se hallan en una situación de vulnerabilidad tal que ni siquiera logran atender sus necesidades básicas orgánicas. El periodismo no puede contribuir a denigrar, culpar y castigar a los sectores sociales más desfavorecidos que son víctimas de las políticas gubernamentales de criminalización de la pobreza. Un diario de alcance nacional como Clarín, no puede instalar simbólicamente la idea de que las villas que nombra textualmente “son las más conflictivas” (18, Corea, La Tranquila, La Rana, La Valle y los alrededores de la estación de trenes de Ballester).

El problema sobre la construcción de la información que estoy planteando es sumamente complejo porque los medios por sus rutinas informativas recogen la información a partir de los testimonios de los diferentes actores involucrados. Lo importante es entonces tener en cuenta a quién se entrevista y cómo se jerarquiza la voz de los diferentes actores sociales. En el caso del artículo analizado, los vecinos e incluso el intendente, aparecen como víctimas de las personas que viven en las villas y piden ser protegidos por la policía, que es insuficiente ya que el ministro de Seguridad provincial “…prometió enviar 100 policías para reforzar la seguridad. Sin embargo, una fuente policial local le dijo a Clarín que hasta ahora sólo llegaron 35”. Frente a la problemática de los robos y los asesinatos, el medio construye la información a partir de ciertos testimonios que subrayan la necesidad del control policial. Las palabras del intendente, que señalan la necesidad “de recuperar la parte social” quedan diluidas y son jerarquizadas como poco importantes, ya que figuran en el párrafo 13 del artículo. Sin embargo, es importante tener en cuenta que si en el artículo se jerarquiza la cuestión de la falta de control y el miedo que esto genera, también aparece las voces de vecinos que intentan integrar a los chicos de las villas -aunque sin resultados positivos- y también se señala la cuestión de la pobreza. Pero relacionar “pobreza” y “delincuencia” refuerza la estigmatización hacia los sectores económicamente más vulnerables. De todos modos, considero que el artículo intenta articular otra explicación, de tipo sociológica, para explicar la emergencia de los robos y los asesinatos. Digo “intenta” porque tampoco explica ni tiene interés en desarrollar este tipo de análisis, en parte porque el artículo puede encuadrarse dentro del género de la crónica[2] y en parte por una postura política del diario.

Entonces, plantear la cuestión de la ética en los medios de comunicación es problematizar su lugar social en el espacio público. Los medios, como constructores de lo cultural, asumen posiciones políticas en tanto esgrimen posturas que defienden modelos de orden o control social. Observo que con respecto a la cuestión de la seguridad, el diario Clarín adhiere al modelo según el cual los sectores “peligrosos” deben ser controlados, castigados y expulsados no al exterior de la sociedad sino a su interior más terrorífico: la cárcel.

En este círculo vicioso de construcción de significaciones, diarios como Clarín, cumplen el rol de reproducir los discursos del miedo, del horror, del control, de la persecución, del castigo, de la mano dura, de la desconfianza, de la sospecha y principalmente de la estigmatización hacia los sectores populares. Al tomar las voces de quienes fueron víctimas de robos y asesinatos, se toma solo la parte del horror. No es que estos testimonios no deban ser tomados. El tema es cómo son tomados y para qué. Desde el impacto de la tragedia y el miedo, solo se puede construir un discurso del espanto y la venganza. La víctima queda paralizada luego de la violencia perpetrada. Es este horror el que se representa[3]. ¿Pero tiene sentido para la sociedad representar esto o vale más intentar comprender las conexiones políticas, sociales y culturales que explican esta situación de catástrofe social llamada “inseguridad” por los medios?

Es imprescindible que los medios masivos de comunicación como el diario Clarín modifiquen su discurso sobre la inseguridad en tanto retoman ciertos discursos que circulan en la sociedad legitimándolos y amplificándolos. Y al legitimar y amplificar el discurso que estigmatiza a las clases populares y oculta la connivencia de la policía y el poder político con la delincuencia el diario no sólo sostiene un discurso hegemónico represivo y racista sino que también colabora para que se perpetúen lazos sociales perversos como los ya descriptos.

La sociedad en su conjunto debe replantearse estas tramas perversas y el periodismo debe informar sobre esta cuestión para no ser cómplice del verdadero problema de “la inseguridad”. Porque “la inseguridad” es generada por la degradación social y simbólica que lleva a que ciertos sectores de las clases populares sean la mano de obra barata de ciertos grupos de poder. “La inseguridad” es no saber qué está pasando y por qué. Esto es lo que los medios no pueden llegar a registrar. Este desconocimiento de las causas profundas es lo que hace que la población se sienta insegura. Medios como Clarín retoman este discurso que circula socialmente, convirtiéndose en cómplices de las tramas de poder que se benefician de esta ignorancia social.

El discurso sobre la inseguridad no solo trae más miedo a la población sino que también impide imaginar un horizonte de igualdad y justicia social en el que estén incluidos todos los sectores sociales. Para ello es urgente que los medios dejen de lado los discursos del horror y la paranoia y permitan que se difundan otras voces. Es necesario que circulen discursos que propongan no el castigo y la persecución sino la implementación de acciones que desde la sociedad civil y desde el estado propicien la inclusión no solo material sino también simbólica de aquellos sectores que desde el discurso hegemónico excluyente son presentados como “carentes de cultura” y por ende como sujetos que no pueden ser ciudadanos. Abrir el juego y permitir la circulación de voces y discursos que ayuden a imaginar y recrear simbólicamente otra realidad social es uno de los comienzos posibles para cambiar el discurso del miedo por el discurso de la esperanza. Considero este es el rol que los medios masivos de comunicación deben cumplir en una sociedad democrática.

Bibliografía.

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Castel, Robert (2008): La inseguridad social. ¿Qué es estar protegido?, Manantial, Buenos Aires.

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[1] Datos extraídos de http://www.indec.mecon.ar/ No hay datos oficiales de los años 2006 y 2007.

[2] La crónica es un relato cronológico de los acontecimientos, que va desarrollando los sucesos tal cual se fueron desarrollando. No es una nota de investigación ni un reportaje a un actor implicado.

[3] Me parece fundamental para pensar cómo se puede reflexionar sobre lo doloroso y lo trágico esta cita de Kaufman (2005): “Cualquier reflexión requiere condiciones de tranquilidad y una atmósfera propicia no relacionada con la felicidad: también se reflexiona alrededor del dolor, la tragedia y la desgracia. Sin embargo, la actividad reflexiva sólo puede tener lugar en forma independiente y libre respecto de toda circunstancia vinculada directamente con el dolor. Esto se verifica con las circunstancias más horrorosas y desgraciadas de que se trate. Las lágrimas podrán nublar la visión y la voz podrá temblar, pero incluso el testimonio requiere, para verse en condiciones de ser otorgado, el mayor dominio posible sobre el dolor y sobre la ira”.

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